15/4/20

Histœrias diarias de cuarentena (32/40): Séquito de ojeras


Desde que llegué, no he dormido nunca más de tres horas diarias. Dicen los demás que eso es el principio, que luego te acostumbras y pasas a dormir dos, o incluso una sola. Dicen que después te acostumbras aún más y esa hora que duermes en realidad la divides a lo largo del día en pequeños microsueños. Uno se acostumbra a todo. A algunos les sirve el estar moviéndose y hacer algo de ejercicio, porque mientras mantienen el cuerpo activo, no se duermen nunca. Otros dicen que esa técnica les resulta contraproducente, porque en algún momento llega el cansancio todo junto y es más complicado luchar contra él.

Los monitores nos ayudan. Nos controlan para que nunca durmamos demasiado. Nos encienden luces cegadoras, o ponen ruidos muy fuertes para luchar contra nuestra pereza. Sobre todo a los nuevos, somos los que más tenemos que acostumbrarnos. Entre los veteranos hay alguna recaída, pero no son habituales. Los monitores están muy orgullosos de su éxito y nosotros de nuestro aumento de la productividad.

Por lo demás, aunque uno siga los consejos ajenos, cada cual ha de hacerse responsable de encontrar su propia forma de dormir menos. El café y otros estimulantes están prohibidos, el reducir las horas de sueño debe hacerse como superación personal y no como dependencia de una sustancia. Si no, el entrenamiento a la larga no sirve para nada.

Las primeras semanas son bastante duras, y eso también lo saben los demás. Hay momentos en los que parece imposible pasarse otra noche sin dormir mínimo seis horas. Sin embargo, una vez que cruzas "la barrera", como la conocen los veteranos, todo empieza a ser diferente. Dónde está "la barrera" depende de cada persona. Para algunos se cruza a los cuatro o cinco días, otros necesitan semanas. Pero una vez que la cruzas, la vida se vuelve distinta. Entras en un plano de la realidad en el que te encuentras a varios pasos de distancia con el mundo. Efectivamente, es como si hubiese una barrera entre la realidad sensible y tu percepción, una niebla inasible. Y entonces todo se vuelve amable. Las cosas dejan de ser importantes, y sientes una felicidad sin motivo. Tu cuerpo suelta los lastres, como la ansiedad, o el miedo al futuro, y ya nada importa demasiado.

Otro aliciente para los nuevos es la existencia de César. César lleva un año aquí. Superó "la barrera" en la primera semana, después siguió mejorando, trabajando todos los días, hasta que logró llegar al estado de no dormir nunca. Ni siquiera una cabezada, un microsueño semanal. Nada. Hay quien se dedica a seguirle durante todo el día, buscando esa pausa, sin éxito. La mente de César es más despierta que la de cualquiera de nosotros, monitores incluidos. Él no está atado a las leyes de la causalidad, el espacio o el tiempo. Privado de sueño, su mente es conciencia plena, productividad pura.

Nos entrenamos a diario para ser como César. Durmiendo cada día menos, un segundo menos. Distanciándonos del mundo. César ni siquiera parpadea, su mente está en un más-allá, en un aún-más-lejos tal, que no necesita los ojos para ver el mundo. Que no necesita las manos para moverlo. A veces siento que me habla en una especie de sueño lúcido, en las horas en las que estoy más despierto y más agotado, y me anima a continuar. Somos su séquito de ojerosos. Cada vez más lejos, cada vez más lejos, hasta que el mundo se vuelva una mota de vaho lejano.


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