5/4/20

Histœrias diarias de cuarentena (25 /40): Inseparables


Cada día, cada vez, después de hacer el amor, nos quedábamos un rato en la misma posición en la que habíamos acabado. Con un cuerpo descansando sobre el otro, dándonos calor. Nos quedábamos así hasta que empezábamos a notar el frío, o alguno de los dos sentía la necesidad de levantarse, o de cambiar de postura, o nos llamaban los quehaceres diarios.

Al separarnos, quedaba entre nosotros una especie de película,, un humor, no-mucosa, no-adiposo, que iba de mi cuerpo al suyo y viceversa. Si yo iba, por ejemplo, al baño, el humor no se despegaba de mi cuerpo. Se estiraba, hacía esquina en el pasillo y en el quicio de la puerta, y entraba conmigo al aseo; mientras que del otro lado seguía adherido al cuerpo de él, que seguía tumbado en su cama.

Una vez que el humor nos había unido, no desaparecía tan fácilmente. Yo me iba a mi trabajo, y él al suyo, y aquella película viscosa se iba alargando hasta convertirse casi en un hilito translúcido, que se aferraba a nosotros con fuerza, decidido a no soltarnos. Mi jefe me miraba y decía "Señorita, tiene usted algo que le sale del cuello de su camisa", mirándome con cierto desagrado, sin atreverse a tocarlo. Yo me encogía de hombros y seguía trabajando en silencio, como quitándole importancia. No hacía mucho caso, porque sabía que lo importante de todo es que al otro lado del hilo estaba él, y que había algo que unía mi respiración con la suya, y mis latidos a los suyos, y mis movimientos a los suyos. Éramos inseparables. Porque aunque el humor no era tirante ni tenso, yo sabía que si le daba algún ligero tirón, él lo sentiría al otro lado, y lo mismo pasaba al revés. El humor me permitía estar conectado con él todo el tiempo. Pasase lo que pasase, habría siempre una parte de mi cuerpo tocando una parte de su cuerpo.

Éramos inseparables. Éramos inseparables. Siameses en la distancia. Besos al vuelo.

Aunque el humor no era tirante, ni tenía tensión, su fortaleza constituía la promesa inviolable de un nuevo encuentro. Como el sedal de un pescador que debía ser recogido. No sé cómo habría sido capaz de soportar la ausencia de su cuerpo de no existir el humor. Sin esas gotitas del sudor de él que se desplazaban por toda la ciudad y llegaban hasta mí a lomos del humor. Esa intimidad sin estar cerca, saber que no podíamos alejarnos ni aun estando lejos. Podía sentirle siempre junto a mí, en mí, pegado a mí, adherido a mí.

Esperando, sólo esperando, a que llegase de nuevo la noche y volver a él, a su cuerpo completo, a su cuerpo sin intermediarios. Ir viendo cómo al acortar nuestra distancia el humor vuelve a ganar consistencia, fuerza, color, viscosidad.

Irremediablemente volvemos a juntarnos, a unirnos en nuestra bola, nuestro capullo denso, sólo para nosotros dos. Y recargarlo, y hacerlo cada día más fuerte, más denso, más sensible. Para que mañana pueda notar a través del humor cada parpadeo de él. Más sensible, más nuestro.


0 comentarios:

Publicar un comentario