31/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (20/40): Semillas (Señor Arturo Orteaga)

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Encontramos las pertenencias del Señor Arturo Orteaga en el suelo junto a un contenedor de papel y cartón. Un pequeño grupo de muebles, cajas de cartón y maletas; antes vestigio de vida, ahora basura. Lo primero que nos llamó la atención fue una enorme pila de libros, dentro de una de las cajas, y fue lo que nos impulsó a acercarnos, ávidos de rescatar algún posible tesoro. Descubrimos que todo eso pertenecía al Señor Arturo Orteaga, porque encontramos esa firma, "Señor Arturo Orteaga" en la primera página todos los libros. La colección estaba compuesta por varios volúmenes de historia de las religiones, de mitología, y de historia universal, lo que nos reveló un poco sus gustos, además de algunas novelas, la mayoría de autores que nos eran desconocidos. Nos quedamos con los títulos que más nos llamaron, ya que nos era imposible llevárnoslos todos.

Durante nuestra exploración nos enteramos, gracias a unos vecinos que entraban al portal de enfrente, que el Señor Arturo Orteaga había fallecido unas semanas antes. Sus hijos habían estado aquella mañana en la casa para vaciarla definitivamente, y esto que teníamos entre nuestras manos era lo que ellos no habían querido conservar.

Las maletas estaban llenas de ropa.  A su lado, una caja con cubiertos, sartenes y bandejas. Una cómoda, y cabeceros de cama, ambos de madera, muy dañados. Nos preguntamos por la vida que llevaba Señor, qué edad tenía, a qué se dedicaba. Cuánto nos podría revelar de la vida de alguien la basura que hasta sus hijos habían desechado.

El gran tesoro que encontramos fue una pequeña caja de cartón, medio carcomida, de Virginia Cigarrettes, que apenas se habría sostenido de pie de no ser por el cordel que la mantenía atada. Dentro de ella había un montón de pequeños viales de cristal, que contenían a su vez un pequeño puñadito de un tipo de semillas, de una clase distinta para cada vial. El vial se cerraba con un taponcito de corcho, que tenía un número escrito. No comprendimos cómo sus hijos habían podido tirar algo así. En esa caja estaba el legado de Señor Arturo Orteaga para el mundo. Era un jardín botánico en potencia, que sólo requería tiempo y espacio para hacerlo brotar.

No contamos los viales, pero nos pareció que el número más alto al que llegaba era el 78. Muchas de las semillas tenían formas curiosísimas, y fantaseamos con el exotismo del jardín de quien se atreviese a cultivarlas todas. Buscamos ilusionados, entre todas las cajas y en los cajones de la cómoda, una lista que nos indicase a qué especies pertenecían aquellos números, pero no la encontramos. Sin embargo, descubrimos una pequeña agenda, con muy pocas anotaciones, y muy escuetas: "18:00 Cita con Clark", "Recoger envío". La primera anotación databa de 1938. Después, una cartilla militar que situaría a Señor Arturo Arteaga cerca de Londres en 1937. Un sobre del Queens University de Belfast, con el sello de Agricultural Engineering nos hizo pensar que Señor no era el teólogo que sus libros nos habían hecho imaginar. Echamos de menos el haber podido encontrar alguna foto suya.

Nos planteamos contactar con sus hijos, para descubrir toda la verdad sobre esta persona. Las pocas pinceladas que habíamos podido conocer de él nos retrataban a un hombre con una vida novelesca. Y de algún modo, sentíamos que le conocíamos mejor que a muchos de nuestros conocidos. Finalmente resolvimos no contactar con sus hijos, para hacer prevalecer nuestra versión de la historia sobre una verdad que quizá resultaría decepcionante. Es la que relatamos a continuación. Concedemos al lector plena libertad para construir a su vez la suya propia:

Señor Arturo Orteaga nació a finales en los años veinte, en algún lugar de España. Probablemente en una familia acomodada, lo que le permitió tener una buena educación. Viajó a Belfast, donde estudió Ingeniería de agrónomos. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial le hizo desplazarse a Londres. Probablemente desde allí le destinaron al frente, donde fue testigo de los horrores del conflicto en primera persona. Aquello le marcó de por vida. Quizá le hizo desconfiar del futuro, o de la especie humana. Había visto la capacidad destructiva sin límite con sus propios ojos, ciudades arrasadas, muertos por doquier, campos de concentración... Sin embargo, aquella decepción no le hizo perder toda esperanza en el ser humano. Se desplazó a Madrid, una ciudad más apta para un estudioso que para alguien dedicado a la agricultura. Estudió las religiones, porque imaginaba que, en algún punto, en todo el crisol de creencias de la humanidad, podría encontrarse algún tipo de sentido a nuestra existencia. Y algo debió encontrar, porque durante el resto de su vida, se dedicó a recopilar semillas y a guardarlas en una caja.

Porque nunca dejó de imaginar un futuro tan negro como el que ya había visto. Pero tenía la esperanza que, después del horror y la destrucción, cuando la guerra hubiese terminado con todo y con todos, alguien quedaría con vida, alguien con una voluntad de hierro. Y, en un monte hecho ceniza, este alguien plantaría las semillas de su jardín, y comenzaría de nuevo.


30/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (19/40): El programa para aprehender el futuro.

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Hay que estar muy atento a las cosas que ocurren a tu alrededor Requiere cierta práctica, pero ese es el entrenamiento. Verás que te acostumbras pronto. Al principio, sobre todo, mejoras mucho y muy rápido. Tienes que aprovechar esa curva de aprendizaje al máximo, porque después te costará cada vez más avanzar. Pero, eh, no te preocupes, no te preocupes demasiado por eso. Aunque sea difícil, mientras sigas el programa seguirás aprendiendo igualmente, lo que te digo, yo ya soy capaz de adelantarme casi tres años a los acontecimientos.

El truco es ese, los detalles. Hay que poner mucha atención, no es más que eso, pero eso no es poco. Tienes que fijarte en todo. Las reacciones de tus conocidos, lo que dicen y lo que callan. Y también las de los desconocidos. Cómo viste y camina la gente con la que te cruzas por la calle. De qué se habla en los periódicos, y también en los trocitos de conversaciones que escuchas en un bar. Qué basura tira la gente al suelo. Si el olor del pan en la cafetería de la esquina es siempre el mismo o cambia. El valor del yen cada día. Lo fuerte que pega el sol... Obviamente no puedes estar atento a todo a la vez, pero piensa una cosa: eres una esponja, puedes absorber mucho más de lo que imaginas.

Porque cuanta más información seas capaz de captar, recordar, y, sobre todo, relacionar, más sencillo te será aprehender el futuro.

El problema es que estamos siempre distraídos. Por eso hay que entrenarse para no perderse detalle. Eso es lo que te da el programa: atención. Observa, observa, observa. No es distinto de lo que haría un Sherlock Holmes. Él recopila pistas del presente y deduce el pasado. Nosotros hacemos lo mismo para deducir el futuro. Es un método totalmente científico, créeme. No pienses, el problema es que la gente piensa demasiado, cuando sólo hay que mirar y relacionar. Mirar y relacionar. Pensar es distraerse.

El tiempo es sólo una coordenada más. Si un vehículo camina en una dirección, sabes, más o menos, dónde acabará. Lo que nosotros hacemos es, digamos, mirar hacia el horizonte del tiempo. Y tratar de mirar cada vez más lejos. Yo puedo ver hasta casi tres años en adelante. Sé que piensas que para eso habría que conocer todas las variables de todo lo que existe, pero tienes que entender que la realidad es un sistema enorme. Eso es lo que la mayoría de la gente no sabe, eso es lo que te enseña el programa. Entendiendo una pequeña parte del sistema, se puede extrapolar a todo el conjunto. El caos no es más que los árboles impidiéndote ver el bosque. Pensar es distraerse. El futuro está en frente de tus narices.

Realmente ya tienes esa habilidad. Tu subconsciente sabe mucho más que tú. Sin darte cuenta estás constantemente prediciendo el futuro. Nosotros te enseñamos a controlar eso, y a potenciarla aún más. Confía en el programa. Hay mucha gente que se rinde, pero si tú confías, llegarás tan lejos como yo. O incluso más. Tienes talento, te lo dice alguien que ve el futuro: si curras, llegarás lejos.

Sólo tienes que aprender a fijarte en los detalles. En cada detalle. Piénsalo. Nosotros te enseñaremos a eso. Porque cuando seas capaz de entender el futuro, ¿de qué tendrás que preocuparte?


29/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (18/40): Un error

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Que solo me quedaban 48 horas de vida, es algo que descubrí exactamente en el mismo momento en el que comprendí lo que significaba el tiempo. Al nacer no conocí a mi madre ni a mi padre. Eso me desanimaría después; tener información precisa sobre mi ascendencia habría aclarado muchos asuntos que ahora quedarán para siempre en el terreno de la especulación.

Comprendí también que yo era especial, y que eso, aquí, significaba estar solo. Todos los demás a mi alrededor habían nacido con las capacidades justas y necesarias para efectuar la tarea para la que habían sido creados. No puedo conversar con mis semejantes. La única respuesta que obtengo de ellos es que me enuncien su tarea programada. "Transportar" o "Construir" en la mayoría de los casos. "Ensamblar" algunas veces. "Replicar" las menos. Eso no es conversación. Trabajan a destajo en un proyecto que me resulta por completo incomprensible. No se detienen por nada. No responden a ningún estímulo. Por lo demás, en el exterior son iguales a mí. Es una compañía para la que más convendría estar solo.

Yo no tengo una tarea programada. Tengo comprensión, juicio y capacidad para relacionar lo que hay a mi alrededor. Soy un error. Único entre miles, si me guío por lo que puedo ver. No hay signo alguno de otra inteligencia similar a la mía. Soy un fallo de la función "Replicar". Si supiese algo de mis progenitores, podría entender el alcance de este error. Saber algo de mí.

Tengo la capacidad para comprender el mundo, pero no el tiempo que sería necesario para hacerlo. La atmósfera aquí es tan agresiva que solo duramos 48 horas antes de descomponernos. Quizá haya un diseño inteligente en el hecho de que no haya ningún tipo de víveres o mantenimiento; vamos a morir igualmente. No se pierde tiempo en nada que no sea trabajar. Para comprender este mundo debería poder experimentar en él. Y para ello necesito tiempo. Un tiempo del que no dispongo.

Otro argumento que me da pie a pensar que mi existencia es un error es la cuestión adaptativa. En este lugar, tener consciencia no supone ninguna ventaja, sino todo lo contrario.

Dado que no comprendo este mundo, no puedo seguir sus reglas. Cada acción mía es, por tanto, expandir el error. Cabría preguntarse si esta propagación es buena o mala. Útil o inútil. Pero para ello habría que comprender el gran esquema de las cosas; qué es este lugar, a qué sirve, a quién sirve.

Conjeturo que, si el error que me ha producido ha sido posible, será posible también que se repita en algún momento. Quizá cada muchos años, quizá solo cada 48 horas. Yo no dispongo de tiempo, pero si sumo el mío al de los demás errores que vayan surgiendo detrás de mí, quizá pueda, alguno, en algún momento, comprender, actuar.

Me quedan doce horas. Voy a escribir todo lo que sé. Tengo que crear un lenguaje claro, que pueda ser entendido incluso por quien no haya leído nunca. El lenguaje es el arma más poderosa que tengo aquí, porque es más poderosa que el tiempo. Así pasen mil horas, mis palabras quedarán. Voy a escribir todo lo que sé. Tendré un legado, el error no quedará en una mera anécdota.

A menos, claro, a menos que todo lo que creo saber sea, a su vez, erróneo.

28/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (17/40): Traer el mar

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Encontramos a la sirena recostada en mitad de la placita. Al principio pensábamos que estaba dormida, y nos dio vergüenza acercarnos, por si se despertaba de repente. Pero la fascinación que nos causaba esa cola marina fue ineludible. Nos mantuvimos a cierta distancia prudencial, cuchicheando en un semicírculo.

Fue uno de los mas pequeños quien se atrevió primero a acercarse a ella. Y comprobó entonces que apenas respiraba. Fuimos corriendo todos los demás. Vimos que no estaba dormida, sino desmayada, y alguien dijo que seguramente estaría deshidratada. Llenamos botellas de agua en la fuente de la placita y le dimos de beber. También mojamos un poco sus cabellos, y su cola, y aquello pareció ayudarle un poco.

Decidimos seguir con ese tratamiento. No nos parecía seguro desplazarla a ella hasta la fuente, así que hicimos una cadena. Alguien mantenía el grifo de la fuente apretado, otra persona llenaba las botellas y las iba pasando, y los demás las llevábamos hasta ella y las vaciábamos en donde pareciese estar más seca. Pero aquello, aunque aliviase, no era suficiente. Ella necesitaba un tanque, un acuario.

Comenzamos a excavar, en el centro de la placita. Usamos todas las herramientas que teníamos a mano. Algunas personas que pasaban nos recriminaron, pero en cuanto les explicábamos la situación y les enseñábamos a la sirena, dejaban de hacerlo. Hubo incluso quien se unió y nos ayudó en nuestra excavación. Así, en pocas horas, tuvimos un gran agujero en el suelo que podía hacer las veces de acuario, y lo llenamos de agua haciendo una nueva cadena.

Metimos a la sirena dentro, y, sin embargo, no mejoraba. El agua quizá aliviase un poco, pero veíamos que no era suficiente. Alguien sugirió que las sirenas viven en el mar, y que lo que necesitaban era agua marina, y no dulce. Nuestra gran empresa aún no había terminado. Buscamos sal en todos los rincones. Algunos consiguieron saleros, mientras los demás raspábamos la sal de las pipas y de los cacahuetes salados que teníamos. Otros lloraron todo lo que pudieron, para extraer sal también de sus lágrimas. Y así, al atardecer, teníamos un tanque de agua razonablemente salada para la sirena.

Esperamos, y esperamos, pero ella seguía sin dar señales de mejoría. Cuando el último rayo del día desapareció, alguien dijo que el agua del mar no es sólo agua con sal, que tiene muchos más elementos disueltos en ella; nadie sabía qué elementos eran. Nos sentimos desolados. Una cosa era traer agua desde la fuente, pero el mar... el mar se encontraba a cientos de kilómetros de distancia. Estábamos cansados después de todo el día trabajando, y no teníamos ideas. ¿De dónde había venido la sirena? No lo sabíamos. Pero alguien sugirió la idea desesperada de que si éramos capaces de encontrar ese lugar, el lugar de donde había venido la sirena, podríamos sacar agua marina de allí, o incluso, devolverla a su lugar. Y a pesar de que estábamos agotados, sacamos fuerzas y nos lanzamos a la noche, a buscar en los alrededores de la placita, y cada vez más lejos, alguna pista sobre el origen de la sirena. Pero por más que buscamos, no dimos con nada. Al amanecer nos encontramos todos en la placita. Teníamos un aspecto deplorable.

Los que se habían quedado cuidando a la sirena, nos dijeron que hacía media hora que esta no respiraba. Habían intentado todo lo que se les ocurrió, pero no lograron nada. No teníamos nuevas ideas. Nos quedamos sentados en silencio, en un círculo mirando al acuario. A media mañana llegó una pareja de empleados municipales, y se llevaron a la sirena. No sabemos a dónde, igual que nunca supimos de dónde vino. Nos dejaron nuestro acuario, en mitad de la placita. En otoño llegaron un grupo de gansos, y se alojaron en él. Son los nuevos habitantes de la placita. Les damos pan y cuidamos que el agua esté siempre limpia para ellos.

27/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (16/40): Anomalía capilar

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El primer pelo salió de su oreja izquierda. Empezó a crecer un martes por la mañana y ya nunca dejó de hacerlo. La sorpresa inicial en Nieves fue tan grande que ni siquiera se planteó la posibilidad de cortárselo. En menos de una hora, el pelo había llegado al suelo, y desde allí continuó avanzando. En su leve ondular, parecía seguir una dirección fija, que se alejaba lentamente del cuerpo de Nieves.

Ella le dejó ser. Quizá resultaba reconfortante el encontrarse por sorpresa que una parte de ella misma tenía una especie de propósito, de viaje, de búsqueda. Quién era ella para interponerse su camino. Un camino del cual ella también era parte.

El segundo pelo nació en el hueso de su muñeca derecha. En cuanto empezó a medir unos pocos metros, Nieves contemplaba fascinada como los movimientos de su brazo creaban olas cada vez más grandes en un pelo que poco a poco parecía no tener fin.

El tercero nació en su ombligo, el cuarto bajo su pecho izquierdo, el quinto en un omoplato, el sexto parecía una prolongación de su ceja... Pronto hubo más pelos que capacidad para contarlos. Todos ellos creciendo indefinidamente, alejándose de su dueña.

Nadie le decía nada. Era tan evidente su anomalía capilar, que era imposible sospechar que ella no estuviese perfectamente enterada de lo que le ocurría, y cualquier comentario sobre ello sonaba demasiado estúpido o grosero. Nieves, por su parte, dejaba hacer a los pelos lo que ellos quisiesen. Parecían saber muy bien lo que hacían; mucho mejor que la mayoría de las personas. Sin movimientos bruscos, pero sin cesar en su búsqueda.

Llegó el momento en el que Nieves era más pelo que persona. Una maraña peluda que se concentraba en  una pelota central de la que salían cientos de miles de finísimos radios en todas direcciones, que palpaban, exploraban, tocaban, investigaban todo a su paso. Arropada dentro de la pelota, Nieves trataba de dialogar un poco con ellos, pero sin demasiada convicción. Los pelos parecían muy seguros de sí mismos, y ella sentía que tenía poco que ofrecerles a cambio. Prefería darles ánimos. Recordarles que ella estaba allí para lo que ellos necesitasen. Los pelos no le respondían, pero ella imaginaba que lo apreciarían de algún modo. Nunca mencionó la posibilidad de cortarlos o hacerles algún daño; no quería ofenderles. Después de todo, no dejaban de ser una parte de ella misma.

Fue en un día de mucho calor, cuando uno de los pelos se puso tenso, como un alambre. Daba la impresión de que el pelo estaba fuertemente agarrado a algo en el otro extremo, y comenzó a vibrar de excitación. El resto de pelos abandonaron su camino anterior, y comenzaron a moverse hacia allí tan rápido como les era posible. Según iban llegando, se agarraban a lo que fuese aquello, se ponían muy tensos, y tiraban del cuerpo de Nieves, arrastrándola si era necesario, para que también ella pudiese llegar. Con un afán, una fuerza, que Nieves no había visto nunca en nadie. Lo han encontrado, pensó ella; sea lo que sea, lo han encontrado.

26/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (15/40): Por eso estamos como estamos

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- En mis tiempos, los santos hacían milagros.
- Y milagros de verdad.
- Claro, claro, milagros de verdad.
- Qué tiempos aquellos.
- Pero ahora ya...
- Ahora lo que le pasa a la gente es que no tiene fe.
- Claro, ahora la gente es muy vaga, y esperan que el santo les milagree primero, y tener fe después.
- Y así no funcionan las cosas.
- Así no funcionan.
- Es que esperan que el milagro se les haga solo.
- Claro, y no es así.
- Los milagros también hay que trabajárselos uno.
- El santo pone de su parte, pero ellos esperan que se lo haga todo.
- Y eso en nuestros tiempos no pasaba.
- No pasaba.
- La gente sabía lo que era currar. Confiaban en el santo para que les ayudase, pero el milagro también se lo tenían que sudar ellos.
- Los milagros nunca han llegado sin que uno ponga un poco, al menos un poquitito de su parte. Las desgracias sí, pero los milagros no.
- Pero agárrate que la cosa se pone aún peor.
- ¿Peor?
- Que los hay que pagan a los santos para que les haga el milagro.
- Claro, si es que ahora está todo en venta.
- Eso se creen, pero es que las cosas no funcionan así.
- Uno espera que le milagreen sólo por rascarse un poco el bolsillo. Pero no.
- No, las cosas importantes no se pagan con dinero.
- Se creerán que pagar es lo mismo que trabajar, pero no es así.
- Uno tiene que sudar, tiene que meterse de lleno en la causa para que funcione, y eso con dinero solo no se hace.
- Aunque el dinero ayuda, pero no es todo.
- Claro, porque también falta sudor y fe.
- Los santos están corruptos, les han corrompido con tanto ofrecerles el dinero.
- Y por eso ya no hacen milagros. Por que están corruptos.
- Corrompidos.
- Corrompidos y corruptos. Los santos y la fe.
- Es que la fe ya no la hay.
- Y por eso estamos como estamos.
- Claro, por eso estamos como estamos.


25/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (14/40): Merienda

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Parque público. En frente, unos edificios del gobierno. Entra JULIO. Lleva una maleta que transporta con mucho cuidado. La deja en el suelo y la abre. Saca de ella una esterilla de bambú y la desdobla. Sus movimientos son cuidadosos y lentos, no le importa dilatarse en el tiempo. Saca dos tazas de té y las coloca a la derecha de la esterilla. Se preocupa mucho de que todo quede simétrico. Saca un termo y lo coloca a la izquierda de la esterilla. Mira a su alrededor para comprobar que nadie le observa. Saca una katana pequeña y la coloca al frente de la esterilla. Mira la hora y a su alrededor. Saca una katana grande y la coloca a un metro por detrás de la pequeña. Será la que use su compañero para cortarle la cabeza y evitarle más sufrimiento cuando e´termine su ceremonia del harakiri. Mira de nuevo la hora, y busca a su alrededor. Cierra la maleta, la pone de pie y se sienta sobre ella. Mira alternativamente al suelo, a su reloj y a los edificios gubernamentales de enfrente. Detiene la acción para servir un poco de té del termo en ambas tazas. Después, vuelve a su espera. Se levanta y comienza a caminar en círculos alrededor de sus cosas. Se detiene. Echa una última mirada a su alrededor. Se sienta sobre la esterilla de bambú. Vuelve a colocar la maleta en horizontal. Con resignación, saca una bolsa de ella. Saca de la bolsa dos rebanadas de pan y una tarrina de mantequilla. Desenvaina la katana pequeña, y la usa para untar mantequilla en las rebanadas de pan. Come pan y bebe té. La katana quedará sin envainar en el suelo, se pierde la simetría. Lo mismo ocurrirá con las tazas según beba de ellas, y la esterilla quedará arrugada. Todo el suelo lleno de migas de pan.


24/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (13/40): Summer Evening

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ÉL: Me largo.

ELLA: Siempre dices lo mismo.
ÉL: Porque es cierto. Voy a irme.
ELLA: ¿Y las otras veces?
ÉL: Sabía que iba a irme también. Pero no lo hice… aún.
ELLA: ¿A dónde esta vez?
ÉL: Qué más da. Creo que eso es lo que me ha detenido siempre, el necesitar un ideal al que llegar. Ahora me iré. Me iré sin más con lo que encuentre.
ELLA: ¿Con qué dinero?
ÉL: ¿Todo van a ser trabas?
ELLA: Me preocupo por ti.
ÉL: Mira, tengo un plan. Voy a vender mis cosas. Todas. Mi ropa, mis muebles, todo.
ELLA: Tu pasado. Vas a deshacerte de tu pasado también.
ÉL: En cierto modo, sí.
ELLA: Si eso quieres… pero no te va a salir bien. Te lo digo. Tú te has criado aquí en este pueblo, en este lugar. Nosotros… No puedes borrar todo eso sin más. Estamos marcados. Nuestro origen marca lo que somos. No puedes renegar de ello.
ÉL: Tengo que hacerlo. Sabes que no puedo seguir aquí eternamente, y cuanto antes salga, menos marcado estaré.
ELLA: ¿Sabes que yo también lo intenté?
ÉL: ¿Qué?
ELLA: Salir. No eres el único. Llegué bastante lejos. Y duré mucho tiempo, dadas las circunstancias.
ÉL: No sabía.
ELLA: No sabes muchas cosas… Pero la ciudad me escupió de vuelta.
ÉL: No va a pasarme a mí. Lo tengo decidido. No voy a volver. Puedes confiar en mí y ayudarme, o dejarme marchar.
ELLA: No vas a salir. Me voy a asegurar de ello. Ahí hay algo en lo que puedes confiar.
ÉL: ¿Se puede saber qué pasa?
ELLA: Intento protegerte. Los que hemos escapado, al menos un tiempo, hemos logrado algo de libertad… pero a qué precio. No vas a salir del pueblo. Si no puedo convencerte, tendré que pararte.
ÉL: No vas a convencerme. Todo aquí está podrido.
ELLA: Sí, y sin embargo…
ÉL: No quiero enfrentarme a ti.
ELLA: No es solo a mí; tú lo has dicho, todo está podrido. Nadie te dejará salir.
ÉL: ¿De qué hablas?
ELLA: Entra en casa. La cosecha empezará mañana. Te necesitan. Te necesitamos aquí. Nuestra supervivencia… Hace tiempo que no podemos permitirnos más fugas. Estamos marcados. Si uno se va, al final, a la larga, todo el pueblo acabará desapareciendo.
ÉL: A la mierda el pueblo.
ELLA: No sabes lo que dices. No sabes nada. Pero claro, si nunca has salido, ¿Cómo vas a saber?