27/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (16/40): Anomalía capilar


El primer pelo salió de su oreja izquierda. Empezó a crecer un martes por la mañana y ya nunca dejó de hacerlo. La sorpresa inicial en Nieves fue tan grande que ni siquiera se planteó la posibilidad de cortárselo. En menos de una hora, el pelo había llegado al suelo, y desde allí continuó avanzando. En su leve ondular, parecía seguir una dirección fija, que se alejaba lentamente del cuerpo de Nieves.

Ella le dejó ser. Quizá resultaba reconfortante el encontrarse por sorpresa que una parte de ella misma tenía una especie de propósito, de viaje, de búsqueda. Quién era ella para interponerse su camino. Un camino del cual ella también era parte.

El segundo pelo nació en el hueso de su muñeca derecha. En cuanto empezó a medir unos pocos metros, Nieves contemplaba fascinada como los movimientos de su brazo creaban olas cada vez más grandes en un pelo que poco a poco parecía no tener fin.

El tercero nació en su ombligo, el cuarto bajo su pecho izquierdo, el quinto en un omoplato, el sexto parecía una prolongación de su ceja... Pronto hubo más pelos que capacidad para contarlos. Todos ellos creciendo indefinidamente, alejándose de su dueña.

Nadie le decía nada. Era tan evidente su anomalía capilar, que era imposible sospechar que ella no estuviese perfectamente enterada de lo que le ocurría, y cualquier comentario sobre ello sonaba demasiado estúpido o grosero. Nieves, por su parte, dejaba hacer a los pelos lo que ellos quisiesen. Parecían saber muy bien lo que hacían; mucho mejor que la mayoría de las personas. Sin movimientos bruscos, pero sin cesar en su búsqueda.

Llegó el momento en el que Nieves era más pelo que persona. Una maraña peluda que se concentraba en  una pelota central de la que salían cientos de miles de finísimos radios en todas direcciones, que palpaban, exploraban, tocaban, investigaban todo a su paso. Arropada dentro de la pelota, Nieves trataba de dialogar un poco con ellos, pero sin demasiada convicción. Los pelos parecían muy seguros de sí mismos, y ella sentía que tenía poco que ofrecerles a cambio. Prefería darles ánimos. Recordarles que ella estaba allí para lo que ellos necesitasen. Los pelos no le respondían, pero ella imaginaba que lo apreciarían de algún modo. Nunca mencionó la posibilidad de cortarlos o hacerles algún daño; no quería ofenderles. Después de todo, no dejaban de ser una parte de ella misma.

Fue en un día de mucho calor, cuando uno de los pelos se puso tenso, como un alambre. Daba la impresión de que el pelo estaba fuertemente agarrado a algo en el otro extremo, y comenzó a vibrar de excitación. El resto de pelos abandonaron su camino anterior, y comenzaron a moverse hacia allí tan rápido como les era posible. Según iban llegando, se agarraban a lo que fuese aquello, se ponían muy tensos, y tiraban del cuerpo de Nieves, arrastrándola si era necesario, para que también ella pudiese llegar. Con un afán, una fuerza, que Nieves no había visto nunca en nadie. Lo han encontrado, pensó ella; sea lo que sea, lo han encontrado.

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