23/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (12/40): Entre esta estrella y este vacío


Dos manos se cuelan bajo mi camisa.
Una está caliente, la otra está fría.
Ambas investigan con curiosidad y picaresca.
Me acarician y me buscan.
Me buscan pensando qué pueden sacar de mí.
Me refugio en la cálida
y la fresca me estimula con escalofríos.
A veces se entrelazan entre ellas, pero nunca se mezclan.
La caliente me cubre de mador,
y la fría convierte esas gotas en rocío.
Pasan por mi nuca y curiosean en mi vientre.
La cálida es hábil desabrochando los botones de mi camisa,
y la fría quitándome las mangas.
Ambas se vuelven más extremas
en sus temperaturas
mientras recorren mi espalda, y me erizo, me contraigo, me relajo.
Caricias tan calientes que se cuelan por debajo de mis músculos.
Manos hábiles que me van quitando el resto de la ropa
sin que yo me de cuenta.
A veces se entrelazan entre ellas, pero nunca se mezclan.
Caricias tan frías que persisten en mi cuerpo cuando la mano ya se ha ido.
Tiemblo sin querer.
Y ambas se vuelven más extremas
en sus temperaturas
cuando bajan y recorren mis ingles y mi sexo.
Los dedos son pequeñas lanzas que me perforan
con fuego o con hielo.
Pero nunca se mezclan.
Pido más.
Necesito más.
No saber si esta quemadura en mi piel es de calor o de frío.
Hacer de mi cuerpo el hogar del desierto y del glacial.
Perder el sentido del tacto
en esta contradicción térmica.
La llameante me evapora,
la gélida me condensa.
Nunca dos manos fueron tan quirales, tan opuestas
tan dolorosas, tan necesarias.
Quedar espasmódicamente sepultado entre
esta estrella y este vacío.

Y que desaparezcan de repente.
Y permanecer yo ahí.
Sin manos.
Tendido, desnudo.
Un cuerpo negro,
un cuerpo blanco.
Sin manos.
Tan templado que es insípido.
Tan templado que no es nada.

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