28/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (17/40): Traer el mar


Encontramos a la sirena recostada en mitad de la placita. Al principio pensábamos que estaba dormida, y nos dio vergüenza acercarnos, por si se despertaba de repente. Pero la fascinación que nos causaba esa cola marina fue ineludible. Nos mantuvimos a cierta distancia prudencial, cuchicheando en un semicírculo.

Fue uno de los mas pequeños quien se atrevió primero a acercarse a ella. Y comprobó entonces que apenas respiraba. Fuimos corriendo todos los demás. Vimos que no estaba dormida, sino desmayada, y alguien dijo que seguramente estaría deshidratada. Llenamos botellas de agua en la fuente de la placita y le dimos de beber. También mojamos un poco sus cabellos, y su cola, y aquello pareció ayudarle un poco.

Decidimos seguir con ese tratamiento. No nos parecía seguro desplazarla a ella hasta la fuente, así que hicimos una cadena. Alguien mantenía el grifo de la fuente apretado, otra persona llenaba las botellas y las iba pasando, y los demás las llevábamos hasta ella y las vaciábamos en donde pareciese estar más seca. Pero aquello, aunque aliviase, no era suficiente. Ella necesitaba un tanque, un acuario.

Comenzamos a excavar, en el centro de la placita. Usamos todas las herramientas que teníamos a mano. Algunas personas que pasaban nos recriminaron, pero en cuanto les explicábamos la situación y les enseñábamos a la sirena, dejaban de hacerlo. Hubo incluso quien se unió y nos ayudó en nuestra excavación. Así, en pocas horas, tuvimos un gran agujero en el suelo que podía hacer las veces de acuario, y lo llenamos de agua haciendo una nueva cadena.

Metimos a la sirena dentro, y, sin embargo, no mejoraba. El agua quizá aliviase un poco, pero veíamos que no era suficiente. Alguien sugirió que las sirenas viven en el mar, y que lo que necesitaban era agua marina, y no dulce. Nuestra gran empresa aún no había terminado. Buscamos sal en todos los rincones. Algunos consiguieron saleros, mientras los demás raspábamos la sal de las pipas y de los cacahuetes salados que teníamos. Otros lloraron todo lo que pudieron, para extraer sal también de sus lágrimas. Y así, al atardecer, teníamos un tanque de agua razonablemente salada para la sirena.

Esperamos, y esperamos, pero ella seguía sin dar señales de mejoría. Cuando el último rayo del día desapareció, alguien dijo que el agua del mar no es sólo agua con sal, que tiene muchos más elementos disueltos en ella; nadie sabía qué elementos eran. Nos sentimos desolados. Una cosa era traer agua desde la fuente, pero el mar... el mar se encontraba a cientos de kilómetros de distancia. Estábamos cansados después de todo el día trabajando, y no teníamos ideas. ¿De dónde había venido la sirena? No lo sabíamos. Pero alguien sugirió la idea desesperada de que si éramos capaces de encontrar ese lugar, el lugar de donde había venido la sirena, podríamos sacar agua marina de allí, o incluso, devolverla a su lugar. Y a pesar de que estábamos agotados, sacamos fuerzas y nos lanzamos a la noche, a buscar en los alrededores de la placita, y cada vez más lejos, alguna pista sobre el origen de la sirena. Pero por más que buscamos, no dimos con nada. Al amanecer nos encontramos todos en la placita. Teníamos un aspecto deplorable.

Los que se habían quedado cuidando a la sirena, nos dijeron que hacía media hora que esta no respiraba. Habían intentado todo lo que se les ocurrió, pero no lograron nada. No teníamos nuevas ideas. Nos quedamos sentados en silencio, en un círculo mirando al acuario. A media mañana llegó una pareja de empleados municipales, y se llevaron a la sirena. No sabemos a dónde, igual que nunca supimos de dónde vino. Nos dejaron nuestro acuario, en mitad de la placita. En otoño llegaron un grupo de gansos, y se alojaron en él. Son los nuevos habitantes de la placita. Les damos pan y cuidamos que el agua esté siempre limpia para ellos.

0 comentarios:

Publicar un comentario