19/3/20

Histœrias diarias de cuarentena (8/40): Los vecinos


En casa todo es frágil. Los platos y los vasos se rompen con sólo tocarlos, y van volviéndose añicos más, y más pequeños, hasta convertirse en polvo. La ropa se deshilacha cuando te la pones y se queda en nada, ves sus fibras volatilizadas en tus manos. Fibras que después no logramos que quepan en nuestros armarios convexos. Los grifos no funcionan, pero puedes recoger agua directamente de cualquiera de las múltiples goteras. Por las grietas de la pared entran ráfagas de aire que doblan los marcos de las puertas y los cabeceros de hierro de las camas. Dos de cada tres baldosas de la cocina no sirven, y quien las pise caerá hacia el vacío. Los espejos son una ventana hacia el pasado. Las bombillas funcionan, en realidad, como un tragaluz. Todos los libros de la estantería están en blanco, y uno debe llegar a ellos, y escribirlos. Hay un murciélago anidado en el crucifijo de la entrada, que mira fijamente a cualquier cosa que se mueva por allí. Los muelles del colchón se han puesto tiesos como clavos. La pava hace, al hervir el agua, un canto gregoriano, algunos transeúntes se acercan entonces a escuchar misa, y ya no hay quien los eche. Los teléfonos sólo son capaces de comunicarse con el departamento de servicios al cliente de otras compañías telefónicas. Las plantas alargan sus raíces y quiebran las macetas, después la tierra sale por esos agujeritos y pinta paisajes en el suelo del baño. El enchufe de la habitación hace cosquillas si le metes los dedos, y el del salón es una mirilla a otro mundo, donde hay una casa, en la que todo también es frágil, pero de una forma absurda y muy distinta a la nuestra.

Pienso mucho en ellos. En la otra casa, nuestros vecinos. Creo que ellos no han descubierto la mirilla, pero quién sabe si nos observan desde otro lugar que aún no hemos descubierto. O si ellos ven otras casas. O si nos conocen desde hace tiempo y planean venir a visitarnos. Espero que no. A nuestra casa no le suelen agradar las visitas, y la mayoría de ellas, al cruzar el umbral, entran directamente al armarito de las escobas. Y escapar de ese armarito es tan, tan complicado...


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