2/4/20

Histœrias diarias de cuarentena (22/40): Luz roja de luna roja


Crecen cada luna roja. Es esa luz especial la que les da algún tipo de fuerza o de conjuro. Les permite salir de debajo de la tierra. Las climestranias desperezan sus raíces, se abren paso hacia la superficie y extienden sus tallos hacia Selene, como tratando de abrazarla. Abren sus capullos entregándose a la luna y muestran sus frutos como pequeños rubíes. Son hermosos, y raros. Dicen que su jugo proporciona tranquilidad y sabiduría, y que mientras tengas uno escondido en tu casa, no podrán entrar en ella personas con malas intenciones.

Nadie ha conseguido nunca plantar sus semillas. Solo se desarrollan en los bosques. Y como lo hacen muy profundo bajo la tierra, nunca se sabe dónde saldrán a germinar y recibir la luz de la luna roja. Para conseguir sus frutos, hay que aventurarse de noche en el bosque.

Son los niños quienes más salen a recolectar los frutos de la climestrania. Cuentan, eso sí, con la ayuda de Don Braulio, que les da consejos, herramientas y linternas para hacerles la búsqueda más sencilla, a cambio de una pequeña parte del botín. Los niños salen en su batida y Don Braulio deja un farol azul en la parte alta de la torre. Se asegura que el farol no se apague en toda la noche, para que puedan encontrar el camino de vuelta.

Los niños han aprendido rápido a recolectar. Conocen lo secretos del bosque y las climestranias. Sus sentidos se han agudizado para la búsqueda. Se ríen de lo estúpidos que son los adultos, que no salen a buscar frutos por ellos mismos, con lo sencillo que es cuando aprendes los trucos. Saben seguir el rastro de luz roja. Saben que este se hace más patente en la niebla, en las nubes de mosquitos, o en las hojas de algunos árboles. Saben distinguir qué pistas hay que seguir y cuáles son trampas de la luna para despistar a quienes codician sus amados frutos. Saben que allí donde el rayo de luz empieza a tomar forma de lágrima, es donde uno ha de empezar a buscar.

Don Braulio ve marchar a los niños entusiasmados. Siempre les pide que le traigan los frutos en frascos de cristal. Él nunca los toca con sus propias manos. Sabe que algunos niños se quedan con algunos de los frutos que recolectan para sí mismos, incluso se los comen. Ve sus sonrisas de pillos cuando le entregan apenas un par de frascos, y es obvio que guardan puñados enteros en sus morrales. Pero él no les regaña nunca, ni les hace ningún comentario. "Peor para ellos", piensa.

El pueblo está contento. Gracias a la venta de frutos de climestranias la economía está mejor que nunca. Ahora compran comida abundante, se permiten lujos, celebran banquetes. A veces vienen extranjeros buscando la planta también, pero no son tan hábiles como los niños, y tras varias lunas se acaban marchando.

Los niños también son felices. Sus mejores aventuras las pasan por la noche en el bosque. Antes no les dejaban salir de noche, pero ahora sí. Se pasan los días esperando lunas rojas, hablando de sus hazañas, y planeando las próximas. Hay una pequeña competitividad por ver quiénes consiguen más frutos. Cada batida es también una excusa para corretear, para subir a los árboles, para jugar a esconderse y para hacerse bromas. Nadie les molesta, pareciera que en las noches de luna roja todas las alimañas se escondiesen y dejasen el bosque sólo para ellos.

Solamente los hijos del alcalde, y de otras familias pudientes están obligados a quedarse en casa. Querrían salir y jugar como los demás, pero lo tienen prohibido; prohibidísimo. Tranquilo — dicen sus padres. Tranquilo — les tranquilizan — podrás tener todas las frutas que quieras, pero no saldrás tú a buscarlas. Los padres cuidan a sus hijos, y darían su vida por ellos. Y saben que la Luna Roja, por muy lejos que aparente estar, es igual de celosa con los suyos.


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