9/3/22

Lo liviano

 

Lo liviano es una carga. 


Ser liviano significa ser frágil, y la fragilidad individual es la fragilidad colectiva.


¿Cómo voy a sostener a mi compañero si no soy capaz de responsabilizarme de mi propio peso?


Cada vez que vuelo, reconozco mi insuficiencia.


Cada vez que levito, estoy asesinando a un hermano mío.


Me avergüenza esta falta de entereza. Me avergüenzo de no ser parte confiable del muro que somos todos en Laconia.


Ser la grieta del muro. Ser el ladrillo inservible que provocará el derrumbe de toda la construcción.


Flotar es ser individualista.


Flotar significa ser mal ciudadano.


Lo liviano es una carga.


No puedo permitirme ser débil. Debo hacer todo cuanto esté en mi mano para eliminar lo etéreo que hay en mí. Lo suave, lo delicado.


El único peso que me devuelve al mundo, que me hace ser digno de vivir en comunidad, es el de mi espada y mi casco. Ese peso me hace ser menos liviano y más útil. 


No hay condición de hombre libre para aquel que no sea responsable de sus armas.


Ya de niño yo era más frágil que el resto. No podía evadir mi destino. Hasta las niñas me vencían en cualquier juego de lucha. Aun teniendo los mismos brazos delgados e impúberes que yo, ellas eran capaces de lanzarme despedido hacia el cielo. 


Y desde allí me quedaba mirando. Hasta que conseguía llegar de nuevo al suelo. Tan alto, que era imposible evadirme de sus risas y sus miradas. Un centro de atención ineludible. Cayendo muy lentamente, avergonzándome. 


Ser liviano es una carga doble, ya que exige que, además, haya alguien que te proteja. Significa desplazar recursos comunitarios para salvaguardar a alguien que ni siquiera se mantiene por sí mismo. Que ni siquiera es capaz de estar pegado al suelo.


Pocas cosas hay más ruines que exigir solidaridad.


Reconozco que hubo un momento en mi vida en el que quise ver mi carencia de peso como una oportunidad. Quise identificarme con Hermes, de sandalias aladas, y me propuse ser el más veloz de todos los hombres, para servir al menos como el mejor mensajero en el campo de batalla.


Ya que apenas podía servir de soldado.


Sin embargo, vano orgullo, poco duraron mis fantasías. Puesto que, mientras que Hermes volaba veloz como el viento, yo, sencillamente, flotaba y me veía a disposición de éste. Me veía mecido por el aire, y a veces incluso me desplazaba en una dirección contraria a la que quería. 


Hermes era un halcón. Yo era una mariposa.


Y el sino de las mariposas es acabar en una tela de araña.


Por eso es necesario acabar con lo liviano de mí. Acabar con lo liviano del mundo, con lo frágil. Pues sólo lo duro permanece. Solo siendo pesado puedo servir a los diarcas y a mis hermanos. Y así actuaré, así me cueste la vida.


Hoy, al amanecer, he salido. He hecho mis ejercicios para anclarme al suelo. Para ser cada vez más duro.


Cada mañana reniego del cielo. En la bóveda celeste solo piensan los filósofos, pero los hombres nos arraigamos a la tierra. Los hombres aprendemos de la arena todo lo que hay que saber del mundo. La tierra y el polvo son lo único que existe. La tierra nos da el sustento. 


Sustentar, qué palabra. Porque la tierra nos da el alimento, y sostiene nuestros pies, nuestras edificaciones, impide que caigamos al vacío eterno. Ojalá ser siempre como la tierra, aguantar sin pena el peso que la naturaleza exige. El cielo no es más que un anzuelo para individualistas, una distracción para filósofos y soñadores. Malditos sean todos ellos.


Yo quiero ser terrestre como la serpiente, pesado como el rinoceronte. Qué desagradecido por mi parte el tener un cuerpo que trate de competir con las aves. Es la madre tierra quien me dio la vida, y será ella quien me recoja cuando muera. Por muy liviano que yo parezca, sé que mi sangre no subirá hacia las estrellas cuando tenga una herida abierta.


Creo en la nobleza del mármol que se alza imponente, y no en la de la seda, que más bien oculta las formas y las intenciones. Creo en la sabiduría del cuerpo. En mis lecturas aprendí que los dioses no especulan, actúan. Son sus manos, y no sus conjeturas las que dan forma al mundo.


Veo en mi lenguaje, de nuevo, deslices de intención poética. Hasta mi lengua está contaminada. Debería cercenarla y sustituirla por una de plomo. Un hombre sabio debería conocer todas las palabras, pero jamás vanagloriarse con ninguna.


Un gobernante sabio debería aprender todo de las hormigas.


Así como el vino se decanta, como el agricultor separa el grano de la espiga, debo separarme yo de lo frágil. 


Hoy, al amanecer, he salido. He hecho mis ejercicios para anclarme al suelo. Me he encomendado a los dioses, he cogido mi espada y he salido por el camino que se aleja del pueblo.


Ha sido un proceso lento. No me entretendré en detalles, ni hablaré sobre las penas que viví entretanto, pues el dolor siempre es personal. De poco sirve hablar de ello a quien no lo ha experimentado, y nada ganaremos relatando a quien vivió una experiencia parecida. Solo diré que ya era pasado mediodía cuando di mi trabajo por terminado, y permití que mi mano exhausta soltara mi espada. Descubrí con euforia que mi sangre también resbalaba y caía al suelo, y regaba la tierra y la teñía de ocre, como la de cualquier otro mortal. Me sentía como un árbol de raíces fuertes. Mis pies eran como las garras de un águila, y habrían hecho falta cien hombres para arrancarme del sustrato. Y aunque apenas tenía fuerzas para levantarme, esa sensación de caer era mucho más satisfactoria que la de flotar. ¡Por fin podría mirar a la cara a mis hermanos! Mirarnos como iguales, desde la misma altura, y no desde un elevarse difuso. Mi cuerpo, doblado, apenas tenía ánimo para erguirse. Reí de satisfacción por primera vez en mucho tiempo. Había renacido el hombre, muerta la mariposa. Lloré de satisfacción. Y mis lágrimas golpeaban el suelo como proyectiles de una catapulta. Había renacido el hombre. A mi alrededor quedaban plumas, todas ellas suspendidas en el aire, que poco a poco se iban alejando en el viento. No les dediqué una mirada, ni siquiera de desprecio, pues nada en mí que no tenga peso merece permanecer en este mundo.

 


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