29/1/18

Variaciones Abuela



La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela, a rastras a lo largo de los cinco pisos sin ascensor, hasta llegar a la casa. Antes de entrar, mamá me da un pañuelo para taparme la nariz y la boca. El olor es insoportable. La abuela está en el sillón con rostro desencajado. Mamá dice que la abrace. Mis dedos se hunden en el moho y la piel descompuesta, se confunden con los gusanos.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Otras voces infantiles se van uniendo a su canto. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela, a rastras a lo largo de los cinco pisos sin ascensor, hasta llegar a la casa. Entro yo solo en la habitación. Son cuatro paredes cubiertas de espejos. En el suelo hay una vela y un cuchillo.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil: “Un dedito, un añito”. Mamá saca La Herramienta. Me aferro al asiento todas mis fuerzas, con todas las fuerzas que me permiten los tres dedos que me quedan. “Un dedito se comió la abuela, un añito más vivió”.  

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. El coche va cada vez más rápido. Se acerca una curva.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela, a rastras a lo largo de los cinco pisos sin ascensor, hasta llegar a la casa. La abuela al verme me da un abrazo enorme. Su piel es blanda y arrugada. Beso su mejilla y la abuela me aprieta con fuerza, haciendo presión en el beso. Poco a poco, noto como su piel blanda cede y mi cara se cuela entre una de sus arrugas, su piel rodea toda mi cabeza, mis hombros, mi cuerpo entero entra a través de la grieta blanda. Todo está oscuro.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. Después sale a casa de la abuela y nos deja a Pedro y a mí solos en el coche. Pasan las horas, pasan los días. Mamá nunca vuelve.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela, a rastras a lo largo de los cinco pisos sin ascensor, hasta llegar a la casa. La abuela nos reparte un papelito a cada uno, con algo escrito. Esta semana, a Pedro le toca ser la abuela, a la abuela le toca hacer de mí, a mí me toca hacer de Pedro y a mamá le toca ser abuela también. No hay mamá esta semana. Empiezo a cantar con entusiasmo infantil.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela. Nos da una bolsa de cacahuetes a cada uno, tenemos quince minutos para dárselos a la abuela a través de los barrotes. Pedro se emociona tanto que se olvida de pelarlos, y los lanza siempre con fuerza. Los cacahuetes rebotan en la cara de la abuela.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. Después se va y nos deja a Pedro y a mí solos. Pedro, mi padrastro, sonríe y coloca su mano sobre mi colita. Su bigote hace ese gesto raro. Dice: “Hoy nos vamos a divertir”.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Mamá sale para sacarme a rastras del coche. Veo como la lluvia golpea a mamá con fuerza. Partes de su piel empiezan a desprenderse. Trozos de carne son arrancados con cada gota. Sus orejas. Sus brazos. Caen al suelo hechos pedazos.

La abuela golpea con fuerza los cristales de la abuela. La abuela nos lleva a ver a la abuela. A la abuela le gustan estas visitas, a mí no. La abuela siempre me dice que estas visitas le dan abuela a la abuela, y me acaricia la abuela con el dorso de la abuela. La abuela aparca, se gira hacia la abuela trasera y nos mira con sonrisa de Mamá.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. El coche se detiene en un semáforo. Bajamos a hurtadillas mientras el humano que conduce está distraído.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela, a rastras a lo largo de los cinco pisos sin ascensor, hasta llegar a la casa. La abuela nos saluda. “Hola Pedro, hola Gustavo”. Me siento desorientado. “Me reconocéis, ¿verdad?” No sé quién es esa mujer. “Soy yo, la abuela”. Nos sonríe, pero es como si hubiese una nube en su rostro. Mamá nos mira con compasión y lágrimas en los ojos. “¿De verdad que no me reconocen?”.

La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro empieza a cantar con entusiasmo infantil. Los cánticos se multiplican cuando entramos en el templo. Todo es de piedra azulada, oscuro y frío. Los techos son amplísimos y parecen infinitos. Centenares de personas encapuchadas cantan, encienden cirios y los dejan delante de la abuela. Ahora está dormida. Mide más de treinta metros, tiene siete cabezas y millares de apéndices de distintas formas enroscados en su cuerpo. La gente se postra ante ella. Poco a poco la abuela abre un ojo. Los cánticos se exaltan, pero el terror es palpable entre la gente. El ojo es de color violeta, eso significa que la abuela demanda un sacrificio.


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Cinzia Bagni:
 
La lluvia golpea con fuerza los cristales del coche. Mamá nos lleva a ver a la abuela. A Pedro le gustan estas visitas, a mí no. Mamá siempre me dice que estas visitas le dan mucha vida a la abuela, y me acaricia la mejilla con el dorso de la mano. Mamá aparca, se gira hacia el asiento trasero y nos mira con sonrisa complaciente. No quiero salir del coche. Pedro se esconde algo en la chaqueta. Mamá me lleva a rastras hasta el portal de la abuela, a rastras a lo largo de los cinco pisos sin ascensor, hasta llegar a la casa. La abuela sentada en la mecedora se mueve con el tic tac de reloj. Pedro se le acerca y saca un sacudidor de alfombra y la golpea; mil plumas coloridas soplan de ella como si fuera un almohada. Afuera la lluvia golpea fuerte la ventana, dentro la lluvia de plumas cae ligera sobre Pedro cortándolos en mil pedazos. El suelo lleno de Pedro en confeti, plumas coloridas y mermelada de fresa. ¡Hoy es carnaval en casa de la abuela! 



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