21/10/17

Bocaditos (6 de 6): Paseo nocturno por el puerto



Puerto industrial. Aire denso marítimo que se condensa en una niebla profunda, que cubre los muelles, los almacenes, los contenedores metálicos y los embarcaderos. Hay un barco gigantesco varado a algo menos de un kilómetro, cargado hasta arriba de basura. Llevan horas negociando con el puerto, pero no consiguen permiso para atracar allí. En uno de los muelles hay un negro tocando la trompeta como un diletante, está aprendiendo o probando. No termina de sonar una melodía, y no se distingue cuándo está sonando la bocina de un barco y cuándo es que el negro desafina otra vez. El negro está bastante borracho, han sido varios vasos de vodka caliente. En ese sentido no desentona mucho, es aún de madrugada y en el puerto todos están ebrios en mayor o menor medida. Hoy incluso más borrachos que de costumbre, porque el olor del barco de basura es insoportable y no hay dios que lo aguante. Su hedor penetra las paredes de hormigón, y hasta el almacén más profundo llega la pestilente nube. Más pestilente que el ya acostumbrado olor a pescado, a podrido, a vertidos, a húmedo, a aceite semiquemado al que están acostumbrados. Todos los marineros borrachos y rudos, apoyados en la pared pasándose cigarrillos que no saben a nada por el olor del puto barco, y pasándose botellas que saben a la basura del puto barco. Esperando su momento de embarcar o descargar, mientras juegan a las cartas y a los dados. Andan con los cojones bien hinchados y se lanzan miradas confabuladoras entre ellos. Se la tienen jurada también al negro de la trompeta, un día de estos le van a tirar la puta trompeta al mar, y a ver qué toca entonces, qué se atreve a tocar el gilipollas ese. 
El negro, perro viejo, conoce perfectamente las tretas y los odios de los marineros, y se ríe de todos ellos por lo bajo, mientras sostiene un fa infinito.

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