Sala de espera de un hospital. Solo se escucha el sonido del
reloj. Sesenta personas se miran impacientes. Señoras con su bastón, jóvenes
con su móvil. Sonrisas incómodas. Seguridad social.
Un hombre con bata blanca juega al Super Mario dentro de la
sala del médico. Es perfectamente consciente de que hay una ingente cantidad de
gente esperando, pero el hombre no quiere más pacientes. No puede soportar ver
a otro paciente más, no puede soportar examinar a otro paciente más. Es feliz
con su videojuego, simple y llanamente feliz, como no lo es desde hace años. No quiere volver a oír hablar del juramento hipocrático.
Que le den por culo a todos sus pacientes. No quiere escuchar sus problemas de mierda. Ha bloqueado la puerta con la
camilla y no va a abrir. Pase lo que pase, no va a abrir. No puede, ni quiere,
ni tiene por qué aguantar más. Si alguien se atreve a cruzar esa puerta le va a lanzar a la cara los bisturís, las agujas, el modelo de calavera en yeso que tiene encima de su escritorio. Que les den por culo a todos. A todos y cada uno
de ellos. A todos menos a ti, Super Mario. Yo lo que quiero es volver a ser un
niño.
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