18/10/17

Bocaditos (3 de 6): Cumpleaños




La niña, una niña rara, una niña con el pelo raro y revuelto, y mocos por toda la cara, observa en silencio. Es la fiesta de cumpleaños de algún niño. Un jardín de chalet una tarde de buen tiempo soleado. Hay globos colgados de cuerdas entre un árbol y otro, y banderines, y carteles de “Felicidades Andrés”, y un payaso vestido de amarillo chillón, y papel de regalo roto por el suelo. Todo es obscenamente colorido. Los niños corretean jugando en grupos grandes de un lado a otro, persiguiéndose y huyendo, dentro de su lógica grupal; como una bandada de pájaros. Todos ellos manchados de tarta y con mocos colgando. Hay un par de perros que juegan con ellos, persiguiéndoles también y ladrando en círculos. Excitándose mutuamente los niños y los perros. Pegando mocos, los niños, a los otros niños y a los perros, los carteles, los árboles y los globos.

La niña rara no juega con los demás niños. La niña rara observa la otra mesa, la mesa donde están los padres a otra cosa, hablando de sus asuntos, de asuntos de mayores. Es un jardín enorme y permite que incluso con la algarabía de niños tengan cierta intimidad. Es un gran día, una gran oportunidad. Los padres llevan meses sin poderse sentar a hablar en confianza, sin niños. Son padres y madres con dinero, con poder adquisitivo, cada uno con su chalet con jardín, y dos coches y entre dos y cinco hijos cada pareja. Orgullosos de su prole, del tamaño de su prole. De que todos sean sanos y bellos. Hablan de amor y de lo maravillosos que son sus niños. Los domingos van a misa y les visten monísimos. Alguien pregunta que de quién es hija la niña rara que no juega y no deja de mirarles, pero nadie tiene respuesta en ese momento y el tema se diluye. Beben gin tonic con un montón de añadidos, pero prefieren no tomar tarta, porque engorda, dicen, y porque hay que saber separar los placeres adultos de los infantiles, piensan. De vez en cuando se acerca corriendo un niño mocoso y se mete en la boca un enorme trozo de tarta, feliz de que su madre sea tan tonta que no quiere comerse la tarta y así él puede comer más, y sale corriendo antes de que le puedan sonar los mocos, sale corriendo a jugar y trotar con los demás, y le resbala chocolate y trozos de bizcocho por la comisura de los labios porque el trozo que se ha comido era demasiado grande. Alguien observa la ironía de que, cuando por fin tienen un momento “libre de niños”, estos sigan siendo el centro de todas las conversaciones, pero nadie hace mucho caso y el tema se diluye. Están sentados en sillas blancas de plástico, sillas de piscina las llaman en el catálogo del centro comercial, aunque no hay una piscina en el jardín, quizá cuando los niños crezcan un poco y no haya riesgo de que se caigan cuando nadie mira y se ahoguen. Qué malos padres serían si eso llegase a suceder. La niña rara tiene un ojo de cada color, pero no es eso lo raro, es más bien la mirada en sí, incluso cuando parpadea, parece que no lo hace. Alguien saca el tema del cariño y los besos, de las diferentes formas de besar. Los padres charlan sobre sexo por primera vez con otros padres desde hace mucho tiempo. Qué alivio poder hablar de estas cosas. También de viajes y cine, y otras cosas que no pueden hacer ahora que tienen hijos, pero por supuesto merece la pena el sacrificio. Es lo más bonito que puede hacer un ser humano.

La niña rara les mira raro. Se acerca a la mesa con una sonrisa maliciosa. Le falta un diente y tiene los paletos separados, y juega con su lengua en esos huecos. Pega un moco en la mesa, después sale corriendo con una risita histérica y queda un hilo entre su nariz y la mesa, que se va alargando y alargando, como una ristra de banderines y pompas como globos.



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