8/6/17

Abdelkrim (II)




Paciano, me resulta curioso que alguien tan resolutivo como tú no haya tomado nunca la resolución de salir y ver el mundo. Que nunca te hayas alejado más de cincuenta kilómetros del punto donde estás parado ahora, mirándome. Me pregunto qué cara pondrías tú si vieses el mar, si conocieses que existe una extensión de agua que la vista no puede cubrir. Un agua que se levanta en olas sobre sí misma, que crece y decrece sin dejar de ser inmensa. Un agua que no sirve para beber ni para cultivar. Un agua que no sirve, Paciano, ojalá pudieses siquiera rozar con la intuición lo que eso significa. Si supieses lo que es un acantilado, mirar al abismo y sentir al mismo tiempo la atracción y el vértigo. Si supieses lo que es una jungla, un desierto, un glaciar…

Tu amigo Juan, el ludita, ha emigrado a la ciudad de las máquinas, a convivir con ellas y desangrarse con ellas. A engranarse con ellas y descarrillar con ellas. La rabia es más valiente que muchas razones. Y razones le faltan a tu corazón mordido, Paciano, en ti se juntan lo peor del humano y lo peor del perro. ¿Cómo llamas a algo que es triste y al mismo tiempo te enternece?

Aquí todo es estático. Las personas permanecen, las plantas permanecen, los animales permanecen. Le robáis el sentido a la simple idea de marcharse. No dejáis que un solo grano de trigo se escape a germinar fuera de vuestros dominios. Pero no te culpo, el hambre exige más cuidados que el cariño. No dejáis que un solo grano se escape a germinar fuera de vuestros estómagos. La miseria no es buena o mala consejera, la miseria no aconseja, solo deja un camino libre y destruye todos los demás. Para vosotros haya o no pan para hoy, siempre habrá hambre para mañana. Con los años uno entiende, uno deja de juzgar y empieza a entender que hay decisiones terribles que no hay más remedio que tomar, que no pueden ser de otra manera. Uno entiende, uno acepta.

A veces me fallan las fuerzas. En la era en la que me haces trabajar ni siquiera cambia el aire, sino que se vicia con cada exhalación, como si este lugar fuese una burbuja invernadero. Aquí hasta el viento permanece. En todo el tiempo que llevo aquí he dado más de diez millones de vueltas con la trilla alrededor de la era. La era tiene un radio de ocho metros. Piénsalo, Paciano, eso son trece vueltas alrededor del mundo. Pero aquí sigo, atado a tu grano y a tu trigo. Bebiendo los vientos, Paciano. Y tú, cuando perdiste la curiosidad dejaste de ser humano. Te convertiste en una bestia más tozuda que yo. Cuando te rendiste a la necesidad y la cambiaste por el virgencita que me quede como estoy. ¿Crees que el futuro es mejor o peor que el ahora? ¿Crees que tus hijos nacerán con el puño levantado?

Me fallan las fuerzas, Paciano. De nada sirve vivir eternamente en un lugar donde las opciones, de reducidas, son casi inexistentes. Toda eternidad es un infierno, pues el tiempo siempre es más ilimitado que las posibilidades. Llegará siempre un momento donde todo lo posible ya haya sido realizado y no haya más remedio que repetirlo todo una y otra vez; eternamente. Pero aquí, dando vueltas en la era, la paradoja se convierte en un esbozo de locura. Aquí la eternidad se alcanza a cada paso. A cada paso se vuelve a empezar, a repetir, a morir. A cada paso se acaba el mundo. Me fallan las fuerzas. Por primera vez, en miles de años, sé lo que es envejecer.

Parte I, Parte III




1 comentarios:

  1. De eso va la vida; de darse cuenta de estas cosas, de aceptarlas o enfrentarse a ellas y, en definitiva, de aprender.
    Un saludo.

    ResponderEliminar