4/5/17

Abdelkrím (I)


Yo estaba aquí antes que tú, antes que tu padre, que tu abuelo. Trillé el primer grano de cebada del pueblo, comí la primera hoja de alfalfa, caminé por los caminos antes de que fuesen caminos. Te conozco, Paciano, te he visto crecer sin jugar, te he visto aprender los secretos de la tierra, el aire y las nubes, te he visto cuando eras un niño y cuando creíste ser un hombre, te he visto arar más horas de las que duermes, segar más horas de las que aras, aventar más horas de las que siegas.

Yo estaba aquí antes incluso de que aquí hubiese un pueblo; desde el principio de los tiempos, cuando el trigo era salvaje, la cebada no crecía en espiga y el centeno no se podía comer. Cuando el fuego era algo mágico e incontrolable, y el hombre vagaba siempre de un lado a otro.

He visto crecer todo esto, lo he visto transformarse del pardo al amarillo. He visto levantarse cada casa piedra sobre piedra y volver a caer. Te he visto crecer a ti, Paciano, y créeme que te conozco mejor que tú mismo. La diferencia entre tú y yo es que tú tienes raciocinio, pero yo tengo perspectiva: cuando hablas de los cuatro jinetes del Apocalipsis, yo veo, además, sus monturas. Sé que en la ciudad presumen de máquinas con la potencia de cientos de caballos, pero en unos años existirán ordenadores con una capacidad de procesamiento inimaginable y nadie dirá que tienen la potencia de miles de personas. Te falta perspectiva, Paciano, piensas que eres tú quien ara la tierra, que extraes de ella lo que necesitas, pero es la tierra quien te impone el ciclo de siembras y recolecciones, es ella quien te ata a un calendario estricto y te obliga a doblarte con la azada, quien se riega con tu sudor. Olvida tus jerarquías, no hay señoritos que valgan aquí, más que el sol, el frío, el calor y la lluvia.

Te lo digo yo, que llevo aquí desde el principio de los tiempos, antes de que los míos llevásemos suela de hierro, antes de que mi raza fuese dividida y se decidiese que algunos servirían para la guerra y otros serviríamos para el campo. Necesitas perspectiva, saber que hay un mundo inmenso más allá de estas tierras no te hace a ti menos pequeño. Conocer la edad del mundo no te hace más mayor o más joven. Pues, te lo digo yo, que he cabalgado por el tiempo y la distancia, que las semillas que tu siembras, tus métodos y tus costumbres, son esencialmente los mismos siempre, en todas partes.

A veces, en el encierro de la trilla, me da por pensar que el mundo fue creado el día que yo nací. No digo que fuese creado para mí, sino que como feliz coincidencia, mi existencia comenzó exactamente a la vez que la del mundo. Como las piezas —incluso las más insignificantes— del mecanismo de un reloj que empiezan a moverse todas a la vez. Cuando alcanzas una edad avanzada todos los problemas se reducen a tu relación con el tiempo. Me resultan incómodos los objetos antiguos, los objetos que pienso que pudieron ser creados con anterioridad a mi nacimiento. Me resulta inaceptable saber que la brida que uso ya estaba ahí antes que yo. Como si yo fuese la pieza que le falta a ella, como si yo hubiese nacido y mi boca hubiese sido formada con el propósito de que algo encajase en la brida y arase el campo. Ese campo viejo y vetusto; ese campo atemporal que se traga a nuestros padres y a cambio devuelve piedras.


Parte II, Parte III



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