23/3/15

Im not (t)here

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Existen personas que son como lugares. Lugares errantes, lugares cambiantes, lugares que son desobedientes a las leyes de la física inherentes a los lugares corrientes, y sin embargo, son lugares. Este vínculo no es algo tan descabellado, al fin y al cabo estos dos conceptos siempre han estado ligados, como voluntad y destino; después de todo, los lugares son habitados por personas, y las personas siempre crecen en algún lugar.

Hay personas a las que solo se puede llegar por mar o por aire. Lugares en los que se fijan en nuestro pasaporte antes de permitirnos o no la entrada. Personas a las que perteneces y eres natural desde nacimiento. Personas a las que fuiste una vez y las guardaste en el fondo de tu corazón prometiendo volver pronto a visitarlas, pero nunca llegaste a hacerlo. Lugares que sin razón se muestran hostiles y te echan antes de que puedas descansar las maletas. Personas a las que siempre puedes regresar después de un largo viaje. Lugares que parecían maravillosos hasta que fuiste y los conociste en persona y lugares que parecían anodinos hasta que fuiste y los conociste en persona y te regalaron una prodigiosa paz todo el tiempo que estuviste con ellos.

Personas mágicas, que te inspiran por el simple hecho de rodearte de ellas. Personas vírgenes, cuyo corazón nunca ha llegado a nadie y su belleza queda oculta tras riscos afilados y follaje inexpugnable. Lugares que te marcan para siempre, y de los que, para bien o para mal, nunca podrás desprenderte, por mucho que te alejes. Personas en las que siempre hace sol, incluso cuando llueve. Lugares antaño poderosos, ahora olvidados, que se derrumban ante la soledad que les rodea. Personas a las que solo se las tiene en cuenta para explotar hasta el último de sus recursos y después son abandonadas a su suerte. Lugares en los que la gente está solo de paso. Personas con miedo al cambio, a las que la modernidad les asusta, les aísla y les destruye.

Lugares que te enamoran a primera vista. Personas a las que siempre quisiste conocer, pero nunca te atreviste a dar el paso. Lugares de los que te fuiste demasiado pronto, y lugares a los que quizá nunca deberías haber ido. Personas condenadas a vivir cien años de soledad. Lugares que cambian en apenas unos años y se vuelven del todo irreconocibles. Personas en las que se libraron batallas históricas. Lugares en los que siempre puedes contar para lo que necesites. Personas decisivas, en las que en algún momento ocurrió algo que cambió para siempre el curso de la historia. Lugares joviales. Personas áridas. Lugares apátridas. Personas que no aparecen en los mapas y lugares que no aparecen en los libros de psicología.


Y si digo todo esto es porque, cada vez que viajo, vuelvo a darme cuenta de que, ineluctablemente, si existe una posibilidad, una sola, de que encuentre un lugar en el mundo en el que me sienta como en casa, un lugar que me haga estirar las piernas y pensar “este es mi sitio”, que me incite a enarbolar gustosamente la bandera del “yo pertenezco aquí”; ese lugar tiene que ser una persona.