10/11/15

Ya no es junio


Esta mañana había hormigas correteando dentro del tarro de azúcar que hay en la estantería de la cocina del trabajo. Lo bonito de que el tarro sea de plástico transparente es que puedo verlas revolverse excitadísimas de un lado a otro,  como si fuese una vitrina expuesta para los visitantes.  Subiéndose unas por encima de otras, por las paredes y boca abajo por la tapa.Para ellas debe ser como estar en el blanco paraíso de la glucosa sin fondo. La marmita de la cocaína eterna. Casi las veo sonreír y todo.
No toco nada. No podría interrumpirlas ahora. También es lo bonito de que a mí el café me guste sin azúcar. Me gusta dejar allí esa dosis de caos espontáneo y que florezca por sí sola. Me atrae el desorden, esa composición hormiguil que parece no tener pies ni cabeza, pero que no deja de ser una composición. Son como las lenguas de fuego en una hoguera, me podría pasar horas mirándolas. Además, sufro una satisfacción infantil cada vez que veo algo que no funciona en esta empresa, algún elemento fuera de lugar. Cualquier potencial aleteo de mariposa que pueda precipitar el edificio entero al polvo y la ruina.

Está finalizando agosto. El calor es insoportable. Y hace ya dos meses que no follo. Desde el día que Elena se marchó, concretamente. La búsqueda de un cuerpo que me caliente las sábanas ha pasado a uno de los últimos lugares en mi lista de prioridades. A veces hago amagos de intentarlo con alguna desconocida, pero pierdo el interés en la chica en cuestión rápidamente; en realidad ni siquiera llego a ganarlo del todo. Desde la marcha de Elena estoy en una especie de crisálida sexual y mi pene se ha convertido en algo accesorio, incluso castrable. El sexo ni me va ni me viene. Quizá sea esta manía de ir a tope cuando estoy con alguien, de dejarme llevar. Creo que no puedes estar demasiado tiempo con una persona sin empezar a fascinarte un poco por su mundo y su forma de pensar. Probablemente no puedo simplemente "estar" en la cama con alguien. Si la persona en sí es, además, interesante, caerás de alguna manera. Es inevitable. Es este ciclo de apegos-desapegos lo que me anula por temporadas y me hace no desear más sexo que el que tengo conmigo mismo.

Es una vez más. Las cosas pasan, el mundo gira, la vida sigue, y yo no voy detrás de ella. Yo sigo en el mismo punto haciendo las mismas cosas. Me despego un poco del mundo, como si fuese velcro, y sigo flotando junto a él, unido solamente a través de un ligerísimo hilo. Físicamente sigo aquí, pero es evidente que estoy en otra parte, y lo sabe la gente de mi alrededor, que tengo la atención dividida entre la realidad y un número indeterminado de inopias.
Estoy tecleando código fuente, y al mismo tiempo pensando en que con el calor de estos días, no me hace falta compañía para materializar la manida metáfora de las sábanas siempre empapadas en sudor. Y al mismo tiempo, trato de explicarle a mi cabezota que flotar no me excusa del mundo, y que es físicamente imposible viajar a base de pegar saltos y esperar que la tierra rote bajo mis pies.

Entonces se escucha un quejido en la cocina y cuando me acerco a mirar, hay un hombre vaciando el tarro de azúcar en la basura. Empieza a explicarme que las hormigas llevan todo el verano rondando por aquí, planificando la forma de entrar y comerse nuestro azúcar. Y yo me imagino a las pobres cayendo de sorpresa con todo su paraíso de azúcar en una trampa de plástico y nutritivos deshechos de la que no pueden salir. Me las imagino formando un cónclave y maquinando cómo piensan salir de ahí y fastidiarle la vida al hombre, recorrer su teclado para molestarle; hundirse maquiavélicamente en su taza de café y que solo las descubra cuando la haya acabado y se muera del asco; formar entre todas la figura de un corte de mangas sobre su pantalla del ordenador.

Vuelvo a mi sitio. Las horas se hacen largas y resbaladizas entre tecleos sin sentido; el calor pesa demasiado hasta para escribir una carta al otro lado de Europa.
Las máquinas zumban cuando por fin me toca recoger mis cosas, y me alejo con pies de pájaro bajo un sol que dobla el asfalto y silencia a las chicharras. Hay unos obreros muy valientes taladrando el suelo delante de la parada del autobús, y de los agujeros salen un montón de hormigas asustadas corriendo en círculos, y me pregunto si son las mismas del tarro de azúcar; si una excavadora puede llenar de bichos un azucarero a siete calles de distancia. Algo que para ellas tiene que ser como el otro lado del mundo, y seguro que hay mejores azucareros entre medias.
Y me pregunto entonces cómo fue posible que Elena cruzase un continente entero para acabar justamente junto a mí, con la cantidad de brazos y de camas que hay por el viejo mundo, cómo llegó a hacerse un ovillo precisamente en la mía, y a apoyar el tatuaje cuadrado de su espalda en mi pecho. Cómo con su frialdad aparente llegó a remover mi interior caótico y crear tempestades de tranquilidad y sentirme-bien. Cómo le dio por venir justamente a este lugar, a iluminarme con palabras y abrir mi cuerpo entrelazándolo con su desnudez, y ser capaz de toda la dulzura o la mayor lascivia. Cómo sustituyó la prisa y el ruido con erotismo y ternura. Y cómo hiciste tú para entrelazarte tanto con alguien con quien no querías hacerlo, porque sabías que se tenía que marchar de todos modos. Como fue el cúmulo de circunstancias que te llevó a disolverte en un abrazo en la puerta del aeropuerto Adolfo Suarez Madrid-Barajas y sentir que en ese momento te arrancaban algo y que todo el sentido de las cosas se acababa cuando ella entraba en el edificio con los ojos rojos. Pero cómo, idiota, te entrelazaste tanto, que ves unas hormigas y te acuerdas de ella, y te imaginas sus pecas sonriendo y pronunciando la palabra "hormiguitas" con su acento del este y su pronunciación de dibujo animado cuando aprende una nueva palabra en español. ¿Cómo?



9 comentarios:

  1. Precioso... Me declaro fan tuya desde ya.

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  2. Mi comentario va primero para Clementine. Hola Clementine. Soy seguidora de Ehse desde hace tiempo y puedo asegurarte que si empiezas a leer lo que escribe, desearás que siga escribiendo. Este texto, de amor, desgarro y hormigas, es buenísimo, pero si sigues navegando por su blog verás que las otras entradas también lo son. Magnífico, como siempre, con una fuerza narradora que te tira de espaldas.

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    1. Muchísimas gracias Amparo por estar siempre aquí y dejarme estos comentarios que me suben la moral a las nubes :)

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  3. Muy buen texto, no podía irme sin decirlo.
    Un abrazo.
    HD

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  4. El amor nos vuelve idiotas, pero ser idiota a veces, es también sentirse vivo. Esta vez has tocado muchas cosas dentro.

    Te dejo un abrazo grande.

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  5. primero decirte que muchas gracias por comentarme, porque si no lo hubieras hecho, quizá no hubiese descubierto tu blog ni te hubiese leído, quizá sí, quién sabe. me ha gustado mucho leerte, tienes una forma de narrar que te atrapa desde el primer momento, creo que es difícil hablar de hormigas y enganchar tanto en la lectura, esa unión de pensamientos que tiene el personaje y como pasa de una cosa a otra...
    me has hecho entrar en calor con la lectura, que estando ya casi en diciembre se nota el frío y se agradece cualquier forma de calor.

    estaré por aquí.
    (saludos)

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  6. No. Ya no es junio. Ni siquiera es verano. Pero tus palabras dejan un calorcito reconfortante, como siempre...
    Un abrazo!

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  7. De esas historias en la vida que sabes que dejan buen sabor de boca porque sólo puedes repetirte "¿Cómo?"
    Me gustó tu literatura, vendré a leerte a partir de ahora, un abrazo :)

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