11/11/14

La muerte es un oficinista amargado


Habían despejado la sala de conferencias, retirando la enorme mesa hasta la esquina junto a la ventana para crear el máximo hueco posible, pero aun así, no cabían todos los de la oficina dentro, y algunos se habían quedado en la puerta, con las camisas remangadas y los brazos cruzados en actitud cínica; o de puntillas intentando no perderse detalle alguno, mirando sobre todo a Paul, en el centro de la sala, como si esta fuese la primera fiesta de jubilación que habían visto en su vida.

Sobre la mesa hay una tarta con muchísima nata y la palabra genérica ENHORABUENA escrita con crema de frutas. Paul cruza los dedos para que a nadie se le ocurra la típica broma de restregársela en la cara, aunque lo sospecha como algo inevitable. Hay también una pancarta que reza “Felicidades, Paul, y mucha suerte!!”, quizá para compensar la impersonalidad del mensaje de la tarta con otro igual de tópico. Alguien ha comprado también bolsas de cotillón y por la sala hay distribuidos gorros de cartón y matasuegras que algunos miran con recelo por lo horteras que son y otros se los ponen justamente por esa razón. 

Uno de los jefes está contando un chiste sobre Paul y poniéndole uno de esos collares hawaianos de tiritas de plástico. Los hay que siempre tienen que estar en el centro de atención. Paul se pregunta si la fiesta es para celebrar que él ya es demasiado viejo para ser considerado útil o para celebrar que, al menos él, ya se ha librado de seguir trabajando en ese lugar. Nada que debiese subir la moral de nadie... esto es, si lo piensas un poco.
Otro jefecillo está cortando trozos de tarta y colocándolos en platos de plástico que reparte luego a todo el mundo, obligándoles a aceptarlos. Hay que probar la tarta, estamos en una fiesta y hay que divertirse.

Algunos de los trabajadores contemplan en espectáculo esperando que se alargue todo lo posible. Otros tienen cara de estar a punto de gritarle al primero que pase si todo ese tiempo que están perdiendo en su trabajo se lo vas a devolver tú o quién. De un modo u otro, con expresiones distintas, todos comparten el mismo gesto de mirar el reloj.

El jefe de los chistes termina de hablar y le da unas fuertes palmadas en la espalda a Paul. Todos están esperando que digas unas palabras. Paul arruga involuntariamente el vaso vacío de plástico que sostiene en la mano izquierda.

— Sé que este es el momento donde se suele alabar a todos los compañeros y todo el tiempo que se ha pasado trabajando aquí... pero todo eso ya lo sabéis. Lo cierto es que anoche, tumbado boca arriba en mi cama me dio por pensar en la muerte. — Paul hace una pequeña pausa y mira a su alrededor, buscando alguna reacción de sorpresa. Le decepciona un poco no encontrarla.

— Si existe un icono de referencia para los que habitamos en esta oficina, sin duda es la muerte. La muerte no es la figura poderosa y macabra que muchos dibujan; tampoco una dama elegante. La muerte es igual que nosotros. La muerte es un oficinista amargado. 
Hubo un tiempo en el que no era así. Al principio, de becaria, cuando la vida aún andaba a gatas y ella tenía todo el oficio por aprender. Había una intención impetuosa en sus movimientos, un aire de ilusión, quizá algo ingenua, de cambio, de mejora y de ideas nuevas.  Se levantaba con ganas por las mañanas, trataba de hacer su trabajo bien. Quizá con cierta equidad, cierto sentido de la justicia, de no llevarse a alguien sin alguna razón, de ejecutar sin borrones.  Su motivación reforzada con promesas de encarnar dioses antiguos. Por supuesto, no exenta de humor negro. Pero siempre con pasión, su guadaña llevaba la precisión de quien está satisfecho por el trabajo que desempeña. Como la especialista que no era, pero a la que aspiraba, y que sin duda, algún día.
Pero poco a poco acabaron con ella, del mismo modo que el sistema acaba con todos nosotros. Fagocitado su ímpetu a golpe de calendarios y barreras. La fueron relegando a despachos más y más pequeños, más al fondo del pasillo, sin ventanas. Todas sus tareas empezaron a parecerle rutinarias; ya no distinguía matar un colibrí o un hongo; la venganza de la defensa propia; la asfixia de la contusión craneal. Dudando siempre sobre el por qué de su función, si por muchas vidas quitase, siempre aparecían otras nuevas. Los lunes empezaron a saber a lunes. Se acostaba y no dormía, dudando sobre la moralidad de sus actos, sabiendo que su función es necesaria, pero por qué tiene que caer su peso prematuramente sobre cierta persona en concreto y no cualquier otra. ¿Para quién trabaja realmente? ¿Quién se unta los bolsillos con todas esas almas que ella tramita pero jamás ve o toca?
Si cumplía estrictamente con su trabajo, los supervivientes la maldecían fieramente. Si concedía segundas oportunidades, los agraciados se creían dioses y la utilizaban para arrebatar cientos de vidas más. Después de que ella pasase, la injusticia siempre se cebaba con el difunto, que ya no puede defenderse. Y hacía un par de milenios que jamás llegaban palabras de agradecimiento de ningún ser vivo, a pesar de que ella trabajaba arduamente para ellos, que sin su esfuerzo, ninguno habría llegado a nacer.
Siempre infravalorada, con compañeros que la devaluaban constantemente. Allí estaba el amor, un novato que actuaba sin criterio, ni plan, ni lógica algunos, concediendo sus dones de la forma más inoportuna y sin embargo siempre cantado y alabado por todos. O el día y la noche, cobrando sueldazos desde tiempos inmemoriales cuando su única función era estar allí, aparecer en su puesto de trabajo. Por no hablar de la propia medicina, que directamente se ocupaba de ponerle todas las trabas posibles.
Normal que se fuese quemando. Normal que perdiese la ilusión por todo, y las ganas, y el humor  y el apetito. Alienada por exigencias imposibles, tareas sórdidas y objetivos repetitivos. Me la imagino ahora, arrastrando los pies por los pasillos del mundo, bajo fosforescentes que parpadean, en dirección a la máquina de café, y sin suelto para comprarse uno. Contando las horas. Matando rápido y mal para poder irse cuanto antes a casa. Sin disfrutar o lamentar ninguna de sus acciones. Siempre de luto por ella misma. Que ya no se limpia cuando la escupen a la cara. Es lo que toca, y arreando.

La sala estalla en aplausos y vítores. Ánimo Paul, te vamos a echar de menos, vaya vidorra que te vas a pasar cabrón. El jefe de los chistes levanta un plato con tarta, y ante la ovación de los presentes, lo restriega en la cara de Paul. 






11 comentarios:

  1. Paul tenía razón, a pesar de que los demás no le prestan la atención adecuada, él tenía razón.

    ResponderEliminar
  2. Increíble el discurso de Paul y la comparación que establece con la muerte.
    Es una pena que la rutina se lleve por delante la ilusión y la transforme en amargura.
    Un abrazo ;)

    ResponderEliminar
  3. Hasta la muerte a veces se muere por llegar a casa y por matar la rutina.

    Un abrazote helmano.

    ResponderEliminar
  4. Vaya GENIAL párrafo éste: "Me la imagino ahora, arrastrando los pies por los pasillos del mundo, bajo fosforescentes que parpadean, en dirección a la máquina de café, y sin suelto para comprarse uno. Contando las horas. Matando rápido y mal para poder irse cuanto antes a casa. Sin disfrutar o lamentar ninguna de sus acciones. Siempre de luto por ella misma. Que ya no se limpia cuando la escupen a la cara. Es lo que toca, y arreando".

    Una gran reflexión. Me ha encantado muchísimo!

    ResponderEliminar
  5. El tartazo final me ha llegado al alma...

    Genial, qué te voy a decir!

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  6. Muy bueno!

    Hacía demasiado que no pasaba por aquí.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  7. (directamente desde el otro lado) Buenas noticias!con tarta o sin tarta hay mucha vida después de esa muerte!!!
    Asi que a morir que son 2 días!!

    ResponderEliminar
  8. Como siempre magnífico. Manteniendo ese paralelismo entre la vida y la muerte, entre la vida cuando ya deja de ser vida y la muerte cansada de matar. Nunca decepcionas.

    ResponderEliminar
  9. El retrato del ambiente de la celebración y la presentación de los pareceres antagónicos de los compañeros y del propio de Paul han sido un magnifico aperitivo de tu relato. El remate final ante la indiferencia de la verdad como un puño de esa alegoría tan cruda y el tartazo final ha sido magistral.

    Un placer leerte. Besos y besos.

    ResponderEliminar