10/2/14

Sonata de la mano zurda


Por aquel entonces tenía yo dieciséis años casi recién cumplidos. Hacía dos que había redescubierto las matemáticas, y aquel hallazgo había puesto mi mundo patas arriba. Las matemáticas habían pasado de ser una simple asignatura a una pasión, una filosofía, un modo de vida. En un mundo caótico, ellas parecían ser lo único capaz de traer verdaderas respuestas, el remedio definitivo contra la incertidumbre. La lógica era igual a la armonía y el orden, la única luz posible en mitad de la vasta oscuridad universal. Cegado por su perfección comencé a idolatrar todo aquello que tenía algo que ver con ellas y a despreciar todo lo que se alejaba. Me dejé arrastrar por la espiral empírica, mecanicista y pragmática. Nada era posible si no era capaz de responder ante algún modelo matemático. Nada era interesante si no servía para algo.

Cuando tenía cinco años, mi madre había comprado, con la esperanza de convertirme en “el Mozart de mi generación" un enorme piano vertical de imitación de caoba, que tras tres o cuatro lecciones había quedado como un simple mueble de adorno. Oscuro y opaco, observaba el salón como una hipócrita prueba ante las visitas de que en aquella casa vivía gente ilustrada y muy aficionada a la música, aunque su permanente silencio reflejase burlonamente lo contrario.

Once años después, mi madre decidió que aquel abandono era inaceptable y se empeñó en resucitar mi faceta como pianista para, según ella, “reforzar mi vena artística". Por otra parte a mí la idea me pareció interesante; dicen que en el fondo la música guarda una estrecha relación con las matemáticas, y yo estaba convencido de que era totalmente factible aprender a tocar cualquier obra simplemente encontrando y siguiendo los patrones numéricos para esa pieza en concreto.

Para asegurarse de que esta vez no lo dejaba nada más empezar, decidió contratar a una profesora, sobrina de una amiga suya, que había estudiado bellas artes y que ahora era incapaz de encontrar ningún trabajo, y menos uno relacionado con la música.

Nada más conocerla supe que podía asegurar sin miedo a equivocarme que ella era la mujer más fascinante que había conocido nunca. No es que fuera especialmente guapa, no tenía curvas de infarto, ni una silueta de modelo, ni unos ojos de esos que pueden devorar conciencias; no, pero no hacía falta. Lo fascinante en ella era la forma en la que todo su ser se empeñaba en contradecirme. Parecía ajena a toda lógica, no como quien es incapaz de comprenderla, sino como quien está por encima de ella. Vivía por, para, en y desde el arte; nada más que puro arte. Siempre rodeada de un extraño halo de contradicciones apodícticas. Una vez me regaló una acuarela suya en la que aparecía un niño sujetando una vela encendida. Durante varios días el propio papel desprendió una leve luz capaz de iluminar tenuemente mi habitación, y permaneció cálido hasta que, poco a poco, los colores se fueron apagando.

A su lado, mi aprendizaje del piano se desarrolló a una velocidad vertiginosa. Ella me puso en ridículo cada vez que buscaba patrones en una pieza musical; tocar una nota era simplemente la consecuencia natural de haber tocado la anterior y punto. Así salía solo.

Dos y dos son cinco, cinco y dos son diez, diez y dos soneto y ocho son Chopin.

Su forma de caminar habitual era como un suave deslizamiento, con una armonía vagamente premeditada, era casi una danza improvisada al son de sus pasos golpeando contra el suelo. Y, aun así, a veces, cuando yo tocaba, ella comenzaba a bailar de verdad y entonces el suelo, las paredes, los muebles, el piano y yo mismo arrancábamos nuestras raíces de este mundo y nos deformábamos, nos enroscábamos y rotábamos a su alrededor para que todo encajase perfectamente en su coreografía. Si lo hubiera deseado, podría haber invertido la rotación de la tierra con tan sólo dar un par de giros. Y, como es natural, me enamoré de ella. Una de las mujeres más impresionantes que he conocido nunca a una edad a la que se es muy impresionable. No podía haber ocurrido de otra manera.

Así comenzaron los besos furtivos, las caricias cortas entre pieza y pieza que siempre debían acabar demasiado pronto. Mi madre sostenía que la única manera de aprender a tocar el piano era tocando el piano sin pausa. Por eso, cada vez que la música se detenía por más de un minuto, conseguía encontrar una excusa que le llevaba a pasar por el salón y averiguar el por qué del anormal silencio.

Aquel suplicio me constreñía, me veía esperando con ansia cada nueva clase con ella y viendo que estas siempre duraban demasiado poco, que siempre acababan cuando apenas había empezado y que en ellas apenas era capaz de arañar un par de minutos para tratar de saciar, siempre infructuosamente, mi pasión adolescente.

Ella sostenía que de momento era mejor no vernos fuera de las clases, y mi madre insistía en su postura de que el silencio musical atentaba contra mi aprendizaje, sin darme tregua ni siquiera con la excusa de que mi profesora (y aquel “mi" era más posesivo que nunca) me estaba explicando cómo corregir algunos de mis errores.

Sin embargo decidí no rendirme, e ideé un plan para llegar a una situación que me resultase, al menos, soportable. Me negaba a renunciar a la porción que me correspondía de su cálido aliento. Para ello, cuando mi madre no estaba, entraba en el salón y practicaba desde el principio una nueva forma de tocar el piano. Por las noches, cuando todos dormían, me deslizaba sigilosamente dentro del salón y rozaba las teclas sin llegar producir ningún sonido. Lo que fuera con tal de memorizar las notas exactas en cada momento sin necesidad de pensarlo lo más mínimo. Hacerlo de la forma más automática posible. Tras poco más de una semana, muchas horas y muchísimo empeño, llegué a tener una destreza aceptable.

Y así, en la siguiente clase, me senté por primera vez en el lado izquierdo de la banqueta, dejándole a ella el derecho, y, ante su cara de sorpresa, comencé a tocar utilizando exclusivamente la mano izquierda. Sonreí y me devolvió la sonrisa. Después acerqué mi mano derecha a su pelo, lo acaricié y acerqué mi boca a la suya. Luego poco a poco fui dejando que mi mano derecha se deslizase suave y sinuosamente hacia abajo en busca del paraíso de sus curvas; mientras la izquierda, completamente ajena, inundaba la estancia con una sonata de Schubert.




13 comentarios:

  1. Lo que el deseo y la creatividad son capaces de hacer...Desde luego puedo imaginar leyendo tu texto el morbo y la emoción de esas clases de piano...
    Un abrazo Ehse

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  2. Me he vuelto a enganchar y sumergir en la historia, aunque ahora las palabras las haya puesto mi voz y sonido.

    Un placer de leerle.

    Un abrazo!

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  3. Y cuando ya echábamos de menos tus palabras a rabiar (y no lo digo en absoluto en broma), resurges con las buenas melodías.

    Cuídate.

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  4. Muy muy bonito relato. Ya desde el principio intuía que nos ibas a hablar de la tremenda relación entre música y matemáticas, pero poco a poco se va transformando en una preciosa historia de amor y esfuerzo.
    Un saludo

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  5. felicidades señorito, ha vuelto por la puerta grande!

    nunca fue tan dulce "tocar" un instrumento! :)

    cuidese!!

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  6. El poder de la "motivación" no tiene límites creativos.

    Que no te falte la motivación para seguir creando, que te echamos de menos.

    Besos.

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  7. Ese adolescente seguro que llegó muy lejos......
    Como siempre inteligente y maravillosamente expresado. Un abrazo

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  8. Como ladrón, sólo puedo decirte que yo también te echaba de menos. Y respecto a tu relato, pues... que escribes de p... madre. No sé a qué te dedicas, pero harías bien en dejarlo todo y seguir escribiendo. Tienes un ritmo que atrapa y que seduce. Me encanta cómo escribes y me gustan tus historias. Espero leerte de nuevo.

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  9. Sublime la línea de las sumas que como resultado dan Chopin. Genial en general. Muy buen trabajo como siempre. Es agradable terminar de leer un relato y darse cuenta de que has acabado sonriendo :)
    ¡Un abrazo!

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  10. Me he enamorado de tus escritos, simplemente me introduci en este fragmento y fue imposible despegarme. Muy hermosa tu forma de escribir y la historia llena de amor. De más esta decir que ya soy una de tus miembros. Pasate a mi blog

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  11. Gracias por revivir este relato especial en un momento más especial aún. Eres un grande.

    Abrazos.

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  12. De lo que es capaz el hombre por una mujer...
    Me ha encantado la historia, pero sobre todo como está escrita.
    Un abrazo.

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  13. Si estoy aquí es porque leí en un blog de alguien conocido (ahora mismo no recuerdo quién) un comentario sobre tu blog y tus relatos. En aquel momento lo busqué, te encontré y, sin tiempo para leer, guardé tu link.
    Hoy lo hago por primera vez y me digo: ¡mereció la pena! Tras disfrutar de un excelente relato. Ahora que he encontrado te pondré en mi lista y así no te pierdo.

    Un abrazo.

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