12/12/13

Por su lado

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— ¿A quién escribes?

— A la chica de la que estoy enamorado.

— ¿Y tienes que hacerlo justo ahora? — Dijo visiblemente molesta, y con razón.

Puntitos del primer sol de la mañana entraban diagonales a través de la persiana, rompiendo la penumbra de la habitación, y se distribuían cálidamente por el cuerpo de la Otra de forma leopardesca. Volvió a sonreír, enigmática, y se acercó pausadamente a donde yo me encontraba, gateó felina sobre la cama hasta situarse a mi lado, dejando que su desnudez rozase con la mía.

Con delicadeza me acarició las manos, y me quitó el móvil de ellas, escurriéndolo con suavidad entre mis dedos, para arrojarlo después sobre mis pantalones, que yacían arrugados sobre el suelo desde la noche anterior. Colocó su boca sobre mi hombro y apretó los dientes con fuerza y quizá un toque de justa venganza, de  una forma que casi consigue recordarme a los mordiscos que me regalaba Ella.

La atraje con cariño hacia mí, tumbándome sobre mi espalda mientras colocaba su cuerpo sobre el mío. La besé con suavidad menguante y la acaricié con intensidad creciente. Mi mente en  blanco se deslizaba por sus labios y palpitaba con cada estremecimiento de su cuerpo. Aprehendiendo su piel con la punta de mis falanges, mirando de reojo a sus ojos espejados, sintiendo el recíproco roce rítmico, preguntándome si Ella habría leído ya mi mensaje, sorbiendo el sereno sudor de los pechos de la Otra, notando, al llegar al orgasmo, el sacrílego entrelazamiento de sus dedos con los míos.

La mañana, camuflada entre sábanas, se las había ingeniado para colarse en el mediodía. Me levanté con parsimonia. La habitación conservaba aún algo de olor a velas quemadas, a cera resbalada. Me vestí con mis pantalones arrugados, con mi camisa arrugada. Me acerque a la Otra y me despedí con dos besos. Después abrí la puerta y me marché.

Caminé deprisa por la calle, como alguien que huye, como si tuviese alguna razón para hacerlo. Me sentía extrañamente culpable, con la sensación absurda de que estaba engañando a alguien. Peleándome con una sociedad que trataba de imponerme un ideal de relación que no era el mío. Era mediados de noviembre, afuera el otoño empezaba a arañar el clima con sus dedos helados, y había una canción de The National para cada pensamiento que tenía de Ella.

La Otra me había invitado a quedarme a comer. Algo rápido, había dicho; pasta, creo que mencionó. Pero yo lo había rechazado con no sé qué excusa. No habría sido buena idea para ninguno de los dos tratar de convertir el encuentro en algo más que un encuentro. Por su parte, sé que la Otra me usaba para olvidarse de un novio que había sido novio de muchas otras a la vez.

Caminaba pisando hojarasca de los árboles y hojas de papel. No iba en dirección a mi casa, sino dando rodeos aleatorios, sin dirigirme en realidad a ningún sitio en particular; construyendo un ridículo laberinto de calles cruzadas, provocado por la certeza de no pertenecer a ningún lugar, a ninguna persona. Llevaba meses buscando en otras los besos que Ella no me daba, las conversaciones que Ella declinaba. Sostenido por hilos de promesas vagas que eran cortados por verdades a medias. Esperando algo que no sabía si acabaría llegando en algún momento, un final o un principio. Esperando en un limbo sin norte, esperando, siempre esperando... La frustración de intentar sustituir algo que sabía que era único me convertía en un extranjero a mis propios deseos. Terminaba por buscar un refugio que no era ni despecho ni venganza, pero que, de madrugada en camas ajenas, cuando la Otra dormía, me hacía arraigar paradojas como llorar de placer o correrme de sufrimiento. Como si hubiese algún tipo de redención en el hedonismo o en ese oscuro placer autodestructivo. ¿Qué hacemos con el muerto?, me preguntaba, y apretaba las manos fuerte en los bolsillos de la chaqueta.

Trataba de encontrar respuestas, pero al final terminaba por repetirme una y otra vez las mismas preguntas, como si una neblina me impidiese pensar más allá. Embobándome en los mismos razonamientos circulares, como el camino que seguía por la calle, como Madrid, como mi vida, como el interminable ciclo de correr siempre hacia Ella y refugiarme en cualquier Otra.


Imagen cortesía de Mar Argüello. "Por su lado". 
Por muchas que ponga, siempre faltarán fotos suyas en el blog.
Además, a falta de un buen título, le he robado el suyo. Espero que sepa perdonármelo.