19/11/13

Por encargo

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Decidí visitar a la bruja. O al menos esa era la sensación que yo tenía en aquel momento, aunque en mi fuero interno era perfectamente consciente de que la decisión no había sido de ningún modo mía. Con la bruja nunca lo era.

Caminé renqueando, a paso lento por las calles, procurando tomar siempre el camino más largo y que los semáforos me pillasen todos en rojo. Tratando de demorar hasta el infinito mi encuentro con la bruja, pero con la incómoda certeza de que, de cualquier modo, llegaría en el momento exacto que ella hubiese planeado.

Al llegar, me detuve en seco frente al portal. Nunca conseguí aprenderme el nombre de la calle ni el número, sólo recordaba que hacía esquina con el bar Aquelarre. Tampoco llegué a saber nunca si ese nombre era casualidad, una broma pesada de la bruja o algo mucho más siniestro. Con la bruja nunca se sabe.
Entré sin llamar. Subí las escaleras y atravesé un pasillo con forma de boca de lobo. En toda la casa sonaba música, aunque no llegué a ver ninguna radio. La bruja se encontraba tranquilamente sentada en un sillón, como si llevase esperándome así toda la vida. Sostenía una taza marrón con algo humeante en la mano izquierda. Me miró con sus ojos grises y su sonrisa felina. No me invitó a sentarme. Me dijo algunas palabras que ahora soy incapaz de recordar, pero que tenían que ver con entregarle algo. Después, con la mano libre, me entregó un cuchillo con empuñadura de malaquita y un pañuelo de tela que descansaban en una mesilla a su lado.

Después hubo niebla.

No recuerdo cómo empezó la pelea, solo que tenía un tipo tendido en el suelo, inconsciente, ante mí y muchas magulladuras en mi cara y brazos. Era de noche y estábamos en un callejón cercano a un bar, así que seguramente ambos estaríamos borrachos. Notaba mi pulso latiendo desenfrenado en el cuello y en las sienes. Al agacharme a comprobar el aspecto del tipo, noté algo duro en el bolsillo trasero del pantalón. Era un hermoso cuchillo que había encontrado algunos años atrás en el desván de mi bisabuelo, tenía la empuñadura de malaquita. Entonces creí recordar, como un flashazo, eso era, mi adversario me había insultado en el bar. Había dicho algunas cosas horribles sobre mí, cosas que juzgué imperdonables. No suelo ser vengativo, pero hay ciertas palabras que no pueden serle dichas a un hombre sin esperar represalias, le iba a enseñar una lección. De repente me sentía muy enfadado. Abrí su boca e introduje el cuchillo en ella; estaba muy afilado.

Encontré un pañuelo en el bolsillo de mi chaqueta, y decidí que lo mejor sería envolver la recién cortada lengua con él, que rápidamente se empapó de sangre. Me guardé el cálido paquete de nuevo en mi chaqueta, como un macabro trofeo de mi victoria, y me di media vuelta.

Mientras me alejaba de allí, empecé a no sentirme seguro de lo que acababa de hacer. No era capaz de comprender mis propios motivos, y la seguridad de hacía unos instantes se resquebrajaba sin explicación alguna. Me incomodaba especialmente el hecho de que no conseguía recordar nada de lo que el tipo me había dicho en el bar. La niebla de antes volvía a empañar los sucesos recién ocurridos. Una terrible confusión se adueñó de todos los nervios de mi cuerpo. Tenía miedo, me sentía perdido. Decidí visitar a la bruja.


Imagen de Devilicious-Pink

Nota: Texto enviado al taller de escritura de Literautas de noviembre, que debía empezar con la frase "Decicí visitar a la bruja.."