25/9/13

De parches y garfios

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— ¡Cabrones! — El grito sonó afilado, cortando el ruido de las olas, por encima de los insolentes chasquidos de la nave — ¡Morded aquellos cabos! ¡Holgazanes! Tomamos el viento por la aleta de babor. A quien vea que no se mueve le lanzo al agua. ¡No quiero inútiles en mi barco!

Mientras decía aquello, bajaba las escaleras a cubierta con porte autoritario. Al llegar abajo, pateó con dureza en el estómago a un grumete que corría de un lado para otro sin saber qué hacer, que se dobló en suelo de dolor, y acto seguido corrió a ayudar a un marinero que tenía dificultades azocando uno de los estays. La escena provocó que en cubierta se extendiera una risotada generalizada. Era una tripulación formada por marineros duros, embrutecidos por la impiedad de los océanos, y no respetarían el sombrero de capitán si no fuesen tratados también con dureza. La misma dureza, en realidad, con la que la mar trata a todos sus hijos.

Encendió su pipa con la vista fija en la proa. Su pelo rojizo ondulaba libre, a capricho del viento. A su alrededor revoloteaba el exótico agapornis que les seguía desde que atracaron en la isla de Bonir, hacía ya dos meses; posándose a veces en su hombro, a veces en su sombrero, a veces en el puño de su espada; a veces levantaba el vuelo y se posaba orgulloso en la parte más alta del barco, sobre la bandera pirata.

Desde que comenzó el día estaban a la incansable persecución de otro navío. Un bergantín con bandera española que había salido de las Indias dos días antes cargado de lingotes de oro. Además, había llegado a sus oídos que la noche anterior tuvieron un sanguinario enfrentamiento con otro grupo de piratas, también atraídos por el suculento botín. Y, aunque lograron salir victoriosos de aquella carnicería, no estuvieron en absoluto exentos de numerosas heridas y daños. Era una presa fácil, una bestia herida que nadie en el mundo de la piratería podía dejar escapar.

Aspiró humo de su pipa, y lo soltó en lentas bocanadas mientras examinaba severamente que todas sus órdenes eran cumplidas al detalle. Bajo el sol del Caribe, su piel blanca y suave, sus ojos marrones con anillos verdes concéntricos  y su pelo rojizo, hacían que la apariencia de la Capitana Lina resultase hermosa, algunos dirían incluso que delicada. Nadie que la viese paseando por las calles de Port Royal sería capaz de imaginar que ha degollado más gargantas de las que es capaz de contar.

Aunque por dentro se encontraba inquieta, el semblante de Lina permanecía severo. Cada vez tenía menos dudas de que alcanzarán a la bestia herida antes de que esta llegase a ningún puerto, pero aún existía el peligro de que se encontrasen con otra embarcación. Sin embargo, Lina sabía muy bien que no podía dejar que sus preocupaciones pudieran ser siquiera intuidas por cualquier otro miembro del barco, de otro modo, pensaba, su tripulación dejaría automáticamente de respetarla.

A media tarde, por fin, dieron alcance a su presa. La Capitana Lina no pudo disimular una ligera sonrisa de satisfacción, pero inmediatamente su rostro se volvió a tornar serio. Su voz afilada inundó la cubierta:

— ¡Señor Darwin! Diez grados a estribor, embestiremos por barlovento. ¡Firme el timón! ¡Edgar! A los cañones.

Sus pasos retumbaron con autoridad por la cubierta. Lina escrudiñaba uno a uno los rostros de su tripulación, que trabaja ahora a ritmos forzados. Finalmente encontró la persona que estaba buscando. Una mulata de ojos verdes se giró aguardando órdenes.

— ¡Orria, a las armas! No quiero ni un hijo de puta sin su espada, ni una pistola sin pólvora.

La mulata sonrió y se lanzó a la bodega de un salto. Desde allí se escuchaban los gritos que hacían efectivas las órdenes de la Capitana. Lina sonrió con impaciencia. Comprobó que las dos pistolas de su cinto estaban cargadas y funcionales. Se anudó un parche en el ojo izquierdo. En cada abordaje ella siempre era la primera en saltar al otro barco. Luchaba con fiereza, sin piedad ni miedo a la muerte; no se consigue fama de pirata sanguinaria, ni el respeto de la tripulación a base de mano blanda.

El primer cañonazo hizo que retumbase el océano. Lina miró a su alrededor, los piratas estaban ansiosos, querían una buena batalla, y desde luego la iban a tener.



El suave viento alejaba lentamente las bocanadas de humo. El oleaje hacía lo propio con la sangre y trozos desperdigados de ambos navíos. De esta forma, los hijos de la mar volvían a su seno. En lo que quedaba de la cubierta del bergantín, la pirata Lina se acercó a los pocos enemigos supervivientes, ya reducidos. Se habían defendido con uñas y dientes, haciendo la captura bastante más complicada de lo que ella esperaba. Además, durante la refriega, se abrió una brecha en el casco, y parte del oro había caído al mar. Aun así, su tripulación ya estaba terminando de cargar lo que se ha podido recuperar en su carabela, y seguía siendo uno de los mejores botines que habían conseguido en varios años.

Lina observó el atemorizado grupo con sus ojos verdes de anillos marrones. Dicen que su mirada es tan penetrante que es capaz de obligar a un almirante a agachar la cabeza sin decir una sola palabra. Ninguno de los prisioneros se atrevió a comprobarlo. Sin levantar la voz, porque sabe que su autoridad basta para que todo el mundo la escuche, les dijo:

— Sólo queda un bote salvavidas, y con las provisiones que os dejamos, podéis sobrevivir la mitad de vosotros, algunos más si sabéis racionaros. — Tomó un cuchillo de su cinto y lo clavó en el mástil mayor. — Vosotros sabréis lo que tenéis que hacer.

Se dio media vuelta y caminó hacia su barco. Ya no tenían nada más que hacer allí. A su señal, los marineros arriaron las velas y la carabela se alejó hacia el horizonte tomando velocidad. El agapornis, que se había entretenido en el barco enemigo, la persiguió con un vuelo pausado. Lina cargó algo de tabaco en la pipa pero no llegó a encenderla. A partir de la mañana siguiente tendrían que esconderse y andar con varios ojos de más; un golpe como este elevaba demasiado el precio de sus cabezas. Pero esa noche no iban a preocuparse por ello. Esa noche beberían más ron que todas las aguas por las que han navegado.



20/9/13

Cuando solo soy caos

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No voy a quejarme de esta rabia, de la ira bárbara con la que arremeto contra todo, de las ganas de derruir un rascacielos con mis propias manos, de arrancar precipicios, de partirle la cara al primero con el que me cruce, de que me la partan a mí, de salpicar sangre, de pegarle un tiro en la nuca a todo aquel que use las palabras "paz interior" o "zen", de abrirme camino a través de esta ciudad maldita a base de mordiscos entre coches y gritos.

No voy a quejarme de esta furia primigenia y atávica, que se crece con el tam-tam de los tambores. No voy a quejarme, porque la rabia es otra de las cualidades necesarias para aquellos que estamos en constante guerra contra el mundo.

No me pidas calma, no se puede razonar con la rabia. Ahora sólo conozco la palabra salvaje, la palabra odio, la palabra desmembrado. Todos los que habláis de tranquilidad podéis idos a la mierda. Todos los intelectualoides refinados podéis acompañarles. Esta noche soy un animal. Esta noche veremos lo que pasa cuando no pienso en la posibilidad de que existan consecuencias, cuando aprieto los puños, cuando solo soy caos, y la fuerza se me va por más sitios que por la boca.


12/9/13

Quizá noches

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Al volver de Babia aún tengo los dientes apretados y la mirada en un ángulo indeterminado. Entonces, de entre todo el humo, y la noche, y la niebla de la borrachera, apareces tú con claridad, como el relámpago verde de tu pelo negro. Me arrastras entre la multitud y tu verborrea, agarrándome suavemente de la mano; y huimos de allí como lobos de madrugada.

Te he abierto muchas ventanas hacia mí esta tarde, y sin embargo parece que fue hace siglos. Tus labios tiemblan con ganas de besarme, sé que sólo tengo que hacer el gesto y te convertirás en la perfecta desconocida para esta noche. Sostengo la mirada de tu boca, esa boca sin imaginación, con miles de palabras pero sin conversación alguna, con pequeñeces y tópicos, pero sin delirios ni ideas. Y tus ojos me sonríen francos, brillantes y azules, y a través de su sonrisa, que no deja nada detrás, veo mi reflejo. Y descubro que soy celos para tu ex, la comidilla de mañana, la envidia de tu amiga que me había visto antes, soy alcohol, hambre, búsqueda de aprobación, lujuria, soledad o miedo.

Hace tiempo ya que me es familiar esta sensación de que el mundo es un lugar terriblemente sórdido, y a la espalda quedan las oscuras pruebas que acaricias mientras las omites. Entonces te beso con decisión y furia, te agarro las muñecas, te acaricio, te tiro del pelo, muerdo tu oreja y te recuerdo que vivo tan solo a dos manzanas de aquí.

Voy a darte mi alma. Aunque sólo sea por esta noche.



Porque sé que tú no tienes.