27/8/13

Mi increíble y breve encuentro con la mafia del café

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Esta mañana me he despertado más aturdido que de costumbre. He consultado la hora. Las sábanas se habían pegado una vez más, una de ellas tenía un ojo morado, la otra llena de magulladuras por toda la tela.

Los ojos se me caían del sueño, sin dejarme casi tiempo para volvérmelos a colocar. El insomnio y el cansancio se habían apoderado de mí, y aun así tenía que afrontar un largo y ancho día costase lo que costase. Fue en ese momento cuando decidí que necesitaba un aporte extra de energía, así que el café de esta mañana no me lo he bebido, me lo he esnifado.

Sin embargo, sospecho que estaba cortado con alguna sustancia de lo más extraña, algo para lo que mi cuerpo no estaba acostumbrado, y ahora el corazón me latte a mil por hora. Tamaña afrenta sólo podía tener un culpable: La Mafia del Café.

Ni corto ni perezoso, me subí en el expresso de las 9:13 y me fui a través del barrio chino, el barrio indio, y el barrio sésamo hasta llegar al barrio italiano, donde fui en búsqueda del capuccino de la mafia, Torraja Kalossi, un irlandés con muy mala baba (en serio, malísima, como si tuviese las glándulas salivares podridas o algo). Estuve sometiéndole a un largo e intenso interrogatorio de dos minutos, para sacarle la información de para quién trabajaba. Él me respondió que lo hacía sólo, y yo le respondí: “¿Sólo? ¡Pues toma! ¡Con leche!” Y le crucé la cara en dirección sur noroeste.

El tipo seguía sin colaborar, así que tuve que darle medicina de la buena, para que se recuperase, después le di otra paliza. Le agarré del cuello de la camisa y BOM-BÓN, le di dos puñetazos en plena cara. Además, me acordé que tengo que llevar mi puño americano para que lo revise el afinador, últimamente hace un sonido muy extraño.

Bien. — pensé para mis adentros — Espero que con esto haya aprendido la lección. — Y me fui con la satisfacción del deber bien cumplido, sabiendo que todo había salido a pedir de moka; y me alejé mientras escuchaba de lejos las voces del pobre tipo gritando "¿Por qué vienés? Macchiato de aquí".

Hice oídos sordos y me encaminé a cierta cafetería. Había bastante gente. Me fijé en una chica pelirroja que estaba leyendo y en un chico que acababa de quitarse el sobretodo y observaba detenidamente a todo el mundo. Me acerqué a la barra, me senté en un taburete y pedí doce granos de café y un molinillo, por favor.


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