6/3/13

Retales de una última noche



Cuando llegamos a la casa, la puerta ya esta abierta. Para encontrar el sitio, sólo había que seguir la música; a estas horas es el único lugar de este barrio residencial que parece albergar vida en su interior. Unas botellas vacías salen rodando a recibirnos, seguidas poco después de un chico, que recoge una de ellas, la mira con sorna, y la lanza apuntando a una piscina llena de fango. Después nos lanza una mirada divertida, dice que hace horas que ya no queda nadie en el jardín y nos hace pasar. Fuera, las nubes se arremolinan, avisando de la inminente llegada de una tormenta decisiva, así que le seguimos.

Dentro la fiesta continúa entre botellas, gente, música y humo. Laura me presenta a algunas personas, no soy capaz de retener ninguno de sus nombres. En cierto momento parece vislumbrar a alguien, se mete entre la multitud y la pierdo de vista.

Si he venido hoy aquí, si estoy de pie ahora mismo en medio de este caos multitudinario, es por ella. A estas alturas se cumple un año y cuatro meses desde que la vi por última vez. Tres meses más desde que caí en la cuenta de que estaba ciegamente enamorado de ella. Hablo de amor en su forma más incondicional, en el sentido de perder completamente la cabeza por otra persona de la manera más estúpida, de un inane recorte de neuronas, hasta que ella se convierte en un elemento constante en tu pensamiento, y hasta en las tareas más insignificantes del día a día, vives una doble vida, en la que ella está imaginariamente contigo.
Ahora por fin he venido a su ciudad. Llevo varias semanas sin pegar ojo, recordando hacia delante el encuentro que aún no se había producido. Con estrés y ansiedad, y apretando los dientes con fuerza sin darme cuenta, cada dos por tres. Tengo miedo de que la conclusión de este viaje sea la aceptación sin letra pequeña ni vuelta de hoja de que no tengo ninguna posibilidad con ella. Me mata esa incertidumbre; no tengo ni idea de lo que ella piensa de mí, de la opinión que le merezco más allá de la obviedad de que no me odia, pero el hecho de que se haya ido con otra gente y me haya dejado con un grupo aleatorio de amigos no alimenta precisamente mis ánimos optimistas ni mis ganas de fiesta.

De vez en cuando se escuchan crujidos en las paredes, golpes, objetos pesados que ruedan por las escaleras, gritos y el fragor de la tormenta que ya se ha desatado fuera. Se desprenden trozos de pintura, yeso y astillas del techo. Alguien dibuja graffitis en una de las paredes de la casa. Me acerco a una mesa que hace las veces de barra y me sirvo una copa bien cargada. Un perrazo negro, con la apariencia de un lobo callejero, entra impetuosamente en la habitación. Parece desorientado, corretea de un lado a otro, tirando cosas y destrozando muebles entre ladridos, babeos y gruñidos. Nadie se fija en él, ni siquiera las personas contra las que choca en su disparatada carrera. La bestia se para en seco, inicia un gemido que acaba en aullido y vuelve a la carga, arañando el suelo con las uñas, moviendo la cabeza de forma inquieta, trotando salvaje e indómita. Muerde a una chica en el brazo y la derriba con violencia contra el suelo. Los demás de su grupo continúan la conversación. La chica se levanta y hace un ligero y disimulado amago de limpiarse la sangre con una mueca de normalidad sobreactuada. Luego sigue hablando con los de su grupo. El perro desaparece por una puerta.

Se me acerca un chico. Creo que es uno de los que me ha presentado Laura antes. Ha descubierto que escribo, y me dice que él es poeta. Me lo anuncia con una altanería confiada, como si eso le diese algún tipo de superioridad moral sobre el resto de los mortales. Me cuenta que nosotros, los escritores (pero indudablemente se refiere exclusivamente a él), tenemos una concepción distinta y extraordinaria de la belleza; y sin embargo todas sus explicaciones se reducen a una serie de tópicos relacionados con que todo se reduce a saber mirar  y a saber que todo tiene un lado abrumadoramente bello para quien sepa encontrarlo. Concatena fusilerías y frases hechas con el desaire de quien conoce todos los secretos del universo. Tras diez minutos de pedante monólogo automasturbatorio, interrumpo su verborrea para preguntarle por la abrumadora belleza de un cáncer de pulmón en fase terminal, pero Shakespeare continúa su discurso sin pestañear.

Si te paras un momento a pensarlo, el mundo es un lugar terriblemente contradictorio. Se da por hecho que las palabras, y las acciones que deberían respaldarlas, por lo general toman direcciones distintas, y que pensar lo contrario significa ser un iluso. Consecuentemente, este axioma también se silencia, construyendo una conspiración en la que todos estamos integrados. Cualquier persona te dirá que odia la falsedad y la hipocresía, y sin embargo estarán dispuestos a hacer y asimilar toda una batería de mentiras (a veces las llamarán piadosas) y una doble moral concreta y generalizada (es decir, ni siquiera valdrá cualquier doble moral). La falsedad del mundo puede resumirse en algunas pequeñas metáforas. Como ir de profundo diciendo que la belleza está en el interior, y acto seguido ir de profundo dedicándole poemas a sus ojos, a su cabello, a su cuerpo...

La pared oeste de la casa se derrumba con estruendo, desvelando el exterior. El cielo fuliginoso avanza con ostentación y furia, y se retuerce en espirales infinitas, como un gigante de barro pugnando por enderezarse. Ocasionalmente, las nubes son atravesadas por feroces rayos purpúreos. Conforme bajas la mirada hacia el horizonte, los colores van tomando tonos granates y anaranjados, que oscilan fantasmagóricamente. El motor en llamas de un avión descansa sobre las ruinas de la casa que había un poco más adelante, girando con una inercia pacífica; de su interior escapan de vez en cuando silbidos agudos. Algunas personas se refugian un poco en la casa para resguardarse del fresco que entra por la no-pared.

Como cuando todo son palabras bonitas sobre que la vida consiste en buscar y cumplir tus propios sueños y después te paran los pies alegando que tienes que ser realista y que la vida es así.

Viene una chica a donde estoy yo. Comienza a hacerme preguntas sobre mí, sobre mi vida, sobre cada uno de mis posibles trapos sucios, con una amabilidad ambigua, que convierte mis omisiones en sibilinos intentos de ocultar cosas que, al parecer, todo el mundo tiene derecho a saber. Si conozco a alguien de la fiesta a parte de Laura, si tengo novia en mi ciudad, por qué no, cuántos rollos he tenido, qué tipo de chicas me gustan, si soy de los que ponen los cuernos... De vez en cuando su mirada se distrae con la ceniza en suspensión que flota a nuestro alrededor. En el fondo no es que a ella le importe lo más mínimo esa información, o yo mismo, lo que resulta de verdad interesante es la posibilidad de disponer de ella de primera mano si fuese necesario, si en algún momento yo me volviese interesante; todo por la exclusiva. Conseguir popularidad a base de exprimir historias ajenas, y por el camino considerarse un adalid de la verdad. Un chico vomita sangre a pocos metros de nosotros. Mi interrogadora no se desmoraliza ante mi evidente desinterés por la conversación y continúa su avalancha de preguntas, su estrategia de acoso y derribo, como un agente del servicio secreto.

Como insistir una y otra vez delante de todo el mundo, que se enteren bien, que a ti no te importa en absoluto la opinión de los demás.

Un olor a goma quemada inunda el ambiente, impidiéndome saborear mi copa. Ahí afuera el cielo se ilumina con estelass de fuego que cambian de color según cómo les impacte la luz de los relámpagos púrpuras. Residuos de podredumbre verdosa avanzan por las paredes, devorándolas con apetito. El césped del jardín parece una sábana de estalactitas negras. Hay una chica a mi lado con una tubería de cobre atravesándole la pierna. Trata de convencer a su grupito de que, ya que ella no puede seguir bailando, es su deber de buenas amigas el sentarse a su lado y hacerla caso. Por encima de la música, a kilómetros de distancia, se escucha alguna clase de ruido sordo, como una vibración histriónica.

Como todos los fumadores que, mientras se encienden un cigarro, te miran y con actitud madura repiten: "tú no empieces".

Levanto la vista y al fondo está Laura. El verla mirándome pausadamente, con su leve sonrisa y su piel pálida, y la estampa del cielo desmembrándose sosegadamente a su espalda es mágica, hace que se me corte el aire. Me acerco a ella, atravesando entre personas que siguen bailando y bebiendo, entre grietas que se abren en el suelo, trozos de hormigón que se desprenden del techo y algún cuerpo inmóvil que ocasionalmente es apartado con empujones del pie para crear más espacio en la pista de baile. Shakespeare y Miss Gestapo parecen estar haciendo buenas migas y charlan animadamente.

Como que el dinero no da la felicidad y hacerte fotos delante de cada coche caro con el que te cruzas, o considerar denigrante el trabajar de reponedor en un supermercado. Como yo en el fondo sigo siendo un niño, y tener los próximos veinte años de tu vida planificados.

Laura me espera pacientemente. Me da su mano cálida y salimos fuera. Nuestras cabezas están cubiertas por una bóveda de humo oscuro, que intercala entre el violáceo y el granate. Lo contemplamos como quien mira un cielo estrellado. Siento mis latidos estallando en la punta de los dedos. Donde antes estaba la piscina ahora hay un tremendo hoyo, un hueco perfectamente perfilado e infinitamente profundo, el mismísimo paradigma del vértigo. Desde donde estamos, la música queda silenciada por los quejidos de la tierra y los silbidos del cielo. El aire se agrieta como un espejo roto entre crujidos, y algunos pedazos se desploman y se estrellan en el suelo, o caen hacia el cielo y se pierden haciendo agujeros entre el humo. El tiempo se desmenuza en nuestras manos, la realidad se vuelve arena. Me pierdo en la mirada meliflua de Laura. Ella me besa, la atrapo entre mis brazos y le devuelvo el beso. Después la separo y le pregunto si quiere que salgamos de ahí.

Imagen de ~Neriak

El vídeo de nuestro recital "Se llamaba Pandora" sigue estando disponible en Youtube. Podéis verlo simplemente haciendo clic aquí.

8 comentarios:

  1. Increíble encontrar en este relato escenas que podría situar dentro de mis vivencias. Miss Gestapo...Shakespeare...casi les pongo cara.

    No he podido evitar sentir un pequeño nudo en el estómago con la llegada de Laura a la casa y el posterior abandono, las dudas del protagonista...

    Hasta las escenas del caos más absoluto se han podido dibujar en mi mente, supongo que si algún día todo se va a tomar por culo, será de esa manera, tan contradictoria y surrealista que llorarán hasta las plantas. Luego hay otra serie de imágenes más dolorosas que prefiero no dibujar mucho.

    Un abrazo helmano. Eres un grande.

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  2. Un poderoso anestésico ha debido de intoxicar a toda esa gente. Por un momento, he podido percibir un simil de la realidad que sufrimos ahora en este país. El refugio nuestros seres queridos.

    He descubierto en tu texto, adjetivos que no conocía. Buen dominio de las letras, Ehse.

    Besos y besos.

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  3. La realidad se vuelve arena...Gran texto con grandiosas descripciones Ehse...

    Un abrazo

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  4. estoy con Oski que las imagenes surbrealistas parecían tan vivas que no desencajaban en la historia, sino que la potenciaban.

    Este blog, y su autor, se superan letra a letra.

    Cuídate.

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  5. Es la primera vez que te leo y estoy maravillada. El ritmo es impresionante, la riqueza del vocabulario también, la historia sobrecoge, es como si la estuvieses dibujando. Me ha encantado, de verdad.

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  6. Irreverente, impío, descarnado, descorazonado, insensible, impecable, mágico, y muy muy kafkiano.
    He imaginado, los colores en el aire, la mezcla de olores .....y sentimientos.
    Un abrazo enorme.

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  7. Que bien está escrito!
    Que sucesión de fragmentos, de instantáneas, de imágenes...!

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  8. Al fin y al cabo, la vida está llena de estereotipos. Muchas veces me pregunto si no llevaremos una vida estereotipada. Sin embargo, dentro de todos esos "comos" cargados de cosas que todo el mundo dice o piensa, están esos ojos que quizá también sean estereotipados pero que te llevan a un mundo que para ti es único.

    Un fragmento tremendamente visual. Parecía que estaba sentada en una butaca de un cine cualquiera :O

    un abrazo!!

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